¡Oh, Fabio!
La nueva España flemática
El telediario coloca a los espectadores en la posición de los hipopótamos del Tragabolas, aquel juego infantil donde los animales debían zamparse todas las esferas posibles. ¡Cómo le dábamos al pulsador para que el nuestro fuera el más comilón y lograra la victoria! Empiezan las noticias y nos disponemos a tragar, tragar y tragar. Ñam, ñam. Un diputado socialista y ex secretario de Organización, a la cárcel. Su principal asesor, el gorila Koldo, a la cárcel. Otro ex secretario de Organización sale de chirona en libertad provisional, donde ha estado cinco meses en prisión preventiva. Tragamos, tragamos. Son días trufados de amenazas, ruido de albaceteñas abiertas para que el filo de la navaja emita destellos inquietantes en la Moncloa... Y normalizamos los tragos y los atragantamientos porque así llevamos siete años y cinco meses, el tiempo que un señor se empeña en permanecer en lo alto del machito a toda costa, a cualquier precio y de cualquier manera. Ha adecuado el terreno de juego a sus condiciones, se salta todas las normas del decoro y el recato políticos, lamina cualquier medida de cortesía institucional, busca el apoyo del forofo propio antes que procurar gobernar para todos y ser el presidente de todos, ridiculiza al rival, mueve a los ministros como peones y rebaja tanto, tantísimo, los niveles de exigencia que ya no nos sobresaltemos cuando sus principales cargos de confianza entran en la trena, uno de ellos con la condición de diputado del Reino de España.
Siempre hay, por supuesto, quienes ven una proeza, un acto heroico, un ejemplo de resiliencia en la capacidad para ser presidente en cualquier contexto. Los agradaores no faltan en ningún tablao del poder. El mero hecho de resistir se considera un éxito por los resultadistas, por ese sector de público que admira al malo de la película, le encuentra la gracia y perdona con generosidad sus fechorías. “¡Qué bien, presidente, los buenos son los que aguantan!” Sacarán el dóberman del 96. Guau. O perdonamos a Ábalos, Cerdán, Koldo y al resto de personajes del cortejo sanchista, olvidamos las mentiras (“No pactaré con Bildu, si quiere se lo repito veinte veces”), echamos pelillos a la mar con el fiscal general condenado y hacemos la vista gorda con los frentes judiciales que afectan al presidente, o viene la malvada y peligrosa alianza del PP y VOX que devolverá España a un tono sepia. De momento somos hipopótamos que tragamos con ansiedad. Falta el perro para generar miedo con el futuro. Y la cárcel será pronto un mero internado en el lenguaje sanchista. No hay que soliviantarse, no hay que preocuparse. España no se rompe. Y de la cárcel se sale. Del ridículo ya es más difícil.
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