Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

El 'olímpico' y la marca Sevilla

Sevilla no fue olímpica, pero es referente en citas deportivas mundiales y debe seguir creciendo ahí

Sevilla cierra 2018 con una de las peores noticias para la ciudad: el cierre ‘sine die’ de una de sus grandes infraestructuras, el Estadio Olímpico, que hace ya mucho que se confirmó que no era ninguna de las dos cosas.

Infrautilizado y sin programación ni deportiva ni de ocio desde hace meses, muchos pensarán que para lo poco que aportaba tampoco es la peor de las nuevas que pueden recibir los sevillanos que, en gran parte, temen como a una vara verde incluso desplazarse hasta el recinto los días de evento.

Y ahí ha permanecido, indolente y en una esquina de Sevilla, porque en gran parte pisa suelo de Santiponce.

Después de casi una década de pérdidas continuas, la sociedad que lo gestiona recibió una inyección económica para saldar las deudas (algunas todavía coleaban de su construcción) y en 2007 se inició una nueva estrategia empresarial: fue entonces cuando este mastodonte que necesita dos millones de euros cada año para mantenimiento, más otro medio en impuestos, logró equilibrar sus números y en los últimos seis o siete años se ha autofinanciado con la programación de conciertos y otros eventos y el alquiler de sus espacios.

Y basta conocer o repasar la lista de lo que en el Estadio de la Cartuja se ha celebrado en los últimos años para darse cuenta de que el mantenimiento es difícil incluso para los mejores malabaristas de las finanzas.

Veinte años sin obras son demasiados por muy buena que haya salido la cubierta textil. Si los arquitectos que parieron a la criatura estimaron una vida de 25-30 años, con cuidados, demasiado duró...

Lo malo es que la anunciada emergencia llega en el peor momento político, más que económico. ¿Quién va a aportar los 15 millones de euros mínimos que requiere para la reapertura? Mucho me temo que este buque varado en la Cartuja puede convertirse ya en un monumento al abandono, de manera premeditada. Es un blanco facilísimo para jugar a los agravios y los localismos estériles en una Andalucía que, por mucho que algunos se empeñen, no entiende de sinergias.

Todavía, más de dos décadas después, a mucha gente se le llena la boca de sapos para maldecir al megalómano que tuvo la idea y hay incluso quienes se chotean sin evitar alegrarse por el fiasco de una capital que soñó con ser olímpica.

Salvando los números, si Alejandro Rojas Marcos, el entonces alcalde andalucista, no hubiese existido, sí, con sus ínfulas, Sevilla seguiría sin ser referente en este mundo del deporte. A sus espaldas quedan ya muchas citas internacionales desde que se inauguró con el Mundial de Atletismo en 1999. Y eso ha contribuido a engrandar la marca Sevilla que debe y puede seguir creciendo.

¿Que el coste no merece la pena? Quizás es cuestión de intentar rentabilizar y no perder lo que ya se tiene. Por cierto, a la lista de despropósitos se suman dos cubiertas de la Davis, una robada y la otra almacenada para el desguace. Sería un error dejar morir ese estadio, amenazado por la sombra del gran pabellón multiusos previsto por Sevilla Park junto al puerto. Se trata de sumar, nunca de restar.

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