El nombre de todos los ahogados
La farsa de las elecciones europeas
La tribuna
YA estamos en época preelectoral. En realidad, siempre lo estamos, porque como las elecciones son el medio por el cual se autolegitima el sistema político de democracia de muy baja intensidad que tenemos, interesa que haya siempre elecciones en el horizonte y tengamos siempre las elecciones en nuestra cabeza. De lo que se trata es que interioricemos que el voto es el único y eficaz medio de participación política para que, en realidad, nos desentendamos de ésta y no reaccionemos ante las traiciones a los programas electorales y a las supuestas ideologías de quienes se ofrecieron a representarnos.
Por otra parte, es bien sabido que actualmente los partidos políticos no son otra cosa que maquinarias electorales, lobbies cuyo único fin es que quienes han escogido como carrera profesional "estar en política" ocupen cargos públicos. Preguntar para qué es una cuestión incómoda, dado que las ideologías y los programas sólo se activan a nivel verbal, como reclamo publicitario para obtener éxito en el mercado electoral, un mercado que funciona hoy como cualquier otro mercado: sólo los productos que tienen fuerza económica (en este caso jugosas subvenciones oficiales y préstamos bancarios) y aparecen constantemente en televisión serán consumidos (en este caso votados). Las demás opciones son sólo elementos irrelevantes del folclore electoral.
Lo más grave de todo es que, desde que se consolidó la globalización neoliberal, en las diversas elecciones no se pone en juego quién o quiénes han de gobernarnos, sino quiénes gestionarán las decisiones que son tomadas fuera de las instituciones políticas por quienes realmente tienen el poder sin presentarse a elección alguna: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, las grandes corporaciones empresariales trasnacionales… De forma que los políticos de oficio (que diría Blas Infante) han pasado a ser meros ejecutores de las medidas acordadas por esos poderes, facilitando a éstos, mediante cambios en las leyes, el avance de sus intereses por encima del interés de las mayorías sociales. De esa subalternidad aceptada, de ese maridaje, surge la corrupción como elemento estructural (que no excepcional ni puntual) del sistema.
Cuando se trata del llamado Parlamento Europeo, la farsa adquiere su máxima dimensión. Es esta una institución grotesca porque, aunque así se denomine, carece de las funciones que definen a cualquier parlamento: apenas tiene capacidad de legislar, no controla en absoluto a la instancia que funciona como ejecutivo, que es la Comisión, ni representa a demos (pueblo) alguno. Es un lugar adonde mandan los partidos, en pago por los servicios prestados, a algunas de sus vacas sagradas caducadas o a los barones que quieren quitar de en medio, dos días por semana, unas pocas semanas al año, eso sí con suculentos honorarios y dietas. Decía el otro día Anguita (y en esto, aunque no en otras cosas, coincido con él) que un europarlamentario es un cero a la izquierda, algo así como la nada perdida en una institución que no sirve para nada.
Como se acercan estas elecciones, en los presupuestos del Estado para el año próximo hay un fuerte incremento de la cantidad asignada a los partidos: no hay dinero para las pensiones, ni para la educación, ni para la sanidad, pero sí para eso. Y para el pago de la deuda privada de los bancos convertida en pública, que es lo prioritario.
También parece que no pocos de quienes afirman desear una transformación profunda del sistema van a gastar tiempo y energías para conseguir algún eurodiputado. Pero, ¿son las elecciones europeas la vía más adecuada para comenzar a reconquistar el ámbito de la política por parte de los ciudadanos, o sería mejor aprovechar la ocasión para plantear una serie de preguntas y tratar de contestarlas con rigor? Por ejemplo: ¿Qué ha significado el euro? ¿Nos interesa permanecer en él o habría que plantearse una eventual salida del mismo y, en su caso, cómo hacerlo? ¿Existe en verdad una Unión Europea o es este el apodo de una Europa alemana donde sus bancos han sustituido a los tanques de otros tiempos para hacer posible el cuarto Reich? ¿Es posible una democracia real en este marco, a pesar de que la troika ha anulado las soberanías nacionales, o creer esto equivale a pretender empezar la casa por el tejado? ¿Es la UE el baluarte de los derechos humanos y de los "estados de bienestar", como nos dijeron, o más bien ha sido, y es, el mascarón de proa del neoliberalismo para desmantelarlos? ¿Es ético pertenecer a un ámbito cuyas leyes, o "directrices", xenófobas convierten el Mediterráneo en un gigantesco depósito de cadáveres? ¿Qué pinta Andalucía en todo esto, si incluso somos negados como pueblo y se nos desprecia, al igual que a otros pueblos, llamándonos PIGS (cerdos, en inglés) con la excusa del acrónimo de los estados a los que pertenecemos: Portugal, Irlanda, Grecia y Spain?
En resumen, ¿no sería más útil mostrar nuestro rechazo a todo lo que realmente significa hoy Europa y su tinglado financiero-político no participando en la farsa legitimadora de lo que ni siquiera en verdad existe: el "parlamento europeo"?
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