La tribuna económica

José Ignacio Rufino

El fontanero vuelve a casa

Hace unos años se acuñó el término “Ciclo del lavado de cerebro” (brain-drain cycle) para denotar a un proceso migratorio virtuoso, que particularmente se daba en el Reino Unido con la gran afluencia de polacos buscando una vida mejor. El polaco (aplíquese también a ellas, claro está) aportaba formación, disciplina, laboriosidad, flexibilidad funcional y geográfica, y disposición a cobrar bastante menos que el nativo británico. Si obviamos lo políticamente correcto y añadimos a estos rasgos el hecho de que un polaco se mimetiza como si fuera de allí de toda la vida, sea en un mostrador de hotel, tras la barra de un pub o al volante de un taxi, el inmigrante polaco es un “mal menor” para el impermeable british medio que pasea su labrador al atardecer. El ciclo virtuoso suponía la adquisición de habilidades y profesionalidad por parte del dispuestísimo polaco, que además enviaba nutritivas remesas de divisas a su país. El cierre del ciclo se suponía debía ser la vuelta de un polaco mejor a su propia patria. Como parece estar sucediendo.

Ya sobre 2006, surgió con fuerza otra expresión que también se refería a la emigración polaca hacia la Europa más rica. Los franceses rechazaron la Constitución Europea en 2005 por miedo al “fontanero polaco”. La muy sindicada y corporativa vida profesional francesa se resentía de unos apañados que provenían de Varsovia, Gdansk o Lodz y que cobraban insultantemente baratos sus servicios; los de fontanería u otros. Y, además, amenazaban con levantarle las señoras a los galos, como alguna publicidad de respuesta del Gobierno polaco se encargó de difundir con guasa eslava (y foto de macizo con peto y soplete en ristre). Polonia es un país curtido a fuego por el aliento de dos gigantes, la ortodoxa Rusia y la protestante Prusia-Alemania, que en no pocas ocasiones han pasado por su territorio a paso ligero. Dicen que tras el profundo catolicismo polaco está esta inseguridad histórica: yo pude ver, con perplejidad, cómo en la bella ciudad de Lublin las iglesias se abarrotaban cualquier lunes, sin festividad alguna de por medio. Y había no pocos jóvenes. Pues bien: el fontanero polaco empieza su retorno, con gran dolor de las amas de casa francesas y sus presupuestos de reparaciones. Los emigrantes andaluces del siglo XX tienen similitudes con los polacos, y el propio proceso de salida del España para buscar algo de porvenir afuera no difiere demasiado de lo dicho.

¿Por qué vuelven a casa poco a poco los emigrantes polacos? Básicamente, porque sus países de destino están mal; pero también porque Polonia sufre mucho menos la crisis que sus vecinos del Este y que los propias democracias viejas occidentales. Polonia no está en recesión. Su economía no depende mucho de la exportaciones, y su demanda interna se muestra más robusta de lo normal a día de hoy. Repentinamente, pasan del euro: no les conviene. De forma inversa a los beneficios –tan poco estudiados– de ser un país pequeño cuando el ciclo está alto y caliente, ser un país grande y joven como Polonia parece ayudar en etapas de crisis general, como ésta. Se puede alegar que el caso español no responde como el polaco. Pero es que les llevamos unos veinte años de evolución en el mercado libre. Quizá estén gestando su propia burbuja inmobiliaria...

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