La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
Quienes quieren organizar desde lo público la vida de los ciudadanos pretenden corregir nuestras anticuadas costumbres mediterráneas para que nos parezcamos a los europeos. Y cuanto más del norte, mejor. La cuestión, que incluye cambios en el horario laboral, el de las televisiones, los de almorzar y cenar, y los de levantarse y acostarse, ha vuelto a la actualidad tras las propuestas de la ministra Báñez.
Uno, que es mal pensado, sospecha que esto no tiene que ver con un nuevo despotismo ilustrado u otro marqués de Esquilache, sino más bien con Frederick Taylor, el padre del taylorismo, la organización científica del trabajo para aumentar la productividad, que Clair caricaturizó en A nous la liberté, Chaplin en Tiempos modernos o Tati en Mi tío. No se trata de racionalidad ilustrada, sino de la evolución capitalista de la Europa antes protestante (Weber: La ética protestante y el espíritu del capitalismo), y ahora agnóstico-consumista, para imponer al Sur perezoso y desorganizado sus modos de vida orientados al ciclo producción-consumo.
Es cierto que la versión mediterránea del espíritu capitalista hace que aquí la jornada laboral haya generado el caos español de trabajar hasta las ocho o las nueve de la noche para producir menos que quienes dan de mano a las seis. Pero es igualmente cierto que cuando se habla de racionalización y conciliación se está hablando de alterar profundamente formas de vida a favor de la producción (no de vidas dignas de ser vividas); y que cuando se habla de conciliación se está hablando de reproducción (no de paternidad o maternidad afectivas). Algún experto ha sido claro hasta la crudeza: los nuevos horarios y costumbres aumentarán la producción y la natalidad. Como si fuésemos gallinas ponedoras durante la jornada laboral, y sementales por las noches.
En su París-Nueva York-París, Fumaroli recuerda lo escrito por Mark Twain tras visitar Italia: "En América, una vez terminado el trabajo de la jornada, seguimos pensando en pérdidas y ganancias, haciendo planes para el día siguiente y nos llevamos a la cama las preocupaciones… Envidio su tranquilidad a esos europeos". Racionalizar el trabajo, sí. Terminar la jornada laboral a las seis, también (ojo: al precio de tener media hora para comer en el trabajo). Pero para hacer lo que nos dé la gana después, no para reproducirnos engendrando contribuyentes.
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