ERA un genio del dibujo, del humor, de la cultura, de la síntesis, pero Antonio Mingote era sobre todo un genio como persona.

Noventa y tres años y ha trabajado hasta el último momento a pesar del cansancio, cansancio real; noventa y tres años en los que ha acumulado amigos a puñados, de toda clase, edad y condición. Amigos que han recibido emocionados, más que conmocionados, la noticia de la muerte de Mingote después de meses en los que cada vez que se preguntaba por él se recibía la misma respuesta: "Está mal, Isabel no se separa de su lado"; y que, sin embargo, era mejor los últimos días: "Parece que Antonio supera la crisis a pesar de la gravedad". Cogías al periódico con el corazón en un puño pero allí estaba su viñeta en la que sacaba punta a la actualidad, lo que significaba que Mingote tenía la cabeza en su sitio, tan bien, tan espléndidamente ordenada como siempre.

Un hombre entrañable como pocos a pesar de ser uno de los españoles más importantes que ha conocido esta periodista; generoso, humilde, divertido, humano, abierto, leal. Podía presumir de todo pero no buscaba la primera fila, se sentía tan cómodo en las alturas como con la tropa, tan a gusto con la gente de su generación como con los jóvenes. Y dibujaba, dibujaba, en un cuaderno, una servilleta, un pedazo de papel, allí quedaba lo que pensaba que podía gustar a quien tenía delante; pocos periodistas hay por los mundos de Dios que no guarden, enmarcado, un dibujo que Antonio les hizo mientras charlaban tranquilamente.

Madrid está plagada de obras suyas, las hay incluso en el metro, y con un dibujo monumental de Mingote se cubrió la Puerta del Alcalá durante unas semanas de obras. Fachadas, edificios singulares, cuadros. Y además libros, ha ilustrado la historia de España y del mundo, ha ilustrado las obras más inimaginables, y ha escrito y dibujado un tratado de mus que no lo ha mejorado nadie a pesar de que han pasado muchos años desde su primera edición. Y es que el mus era una de sus pasiones y, como todos los apasionados de ese juego que es más que un juego de cartas, presumía de ser mejor que nadie.

El mejor Mingote sin embargo era el que con Isabel siempre al lado compartía el tiempo con sus amigos de siempre. Pasará a la historia por cómo captaba el espíritu y la estética de las señoronas, los mendigos, las jovencitas estupendas, los ricachones y los poderosos. Con una sola frase clavaba una situación, con un trazo describía un personaje; Mingote, con un solo calificativo acertaba más que la página mejor escrita. Esa era su genialidad.

Cuando muere un personaje los elogios suelen ser unánimes, en ocasiones desmedidos. Con Mingote no habrá exageraciones: era un hombre grande. Muy querido porque era grande y excepcional.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios