La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sevilla seguirá, de momento, sin cardenal
Como es habitual, al llegar septiembre abundan los llamados expertos en síndrome posvacacional. Hace mucho tiempo que las vacaciones ya no son lo que eran. Al menos en cuanto a la percepción que teníamos de esta estación del año. El verano nos parecía como una aventura sin término preciso. Pero uno no recuerda de niño que existieran expertos en síndrome posvacacional (si acaso existiría otra expresión para referirse a ello). En los telediarios se entrevista al personal que regresa en coche o en tren a la olla de grillos de las ciudades. Este momento supone uno de los grandes picos de la depresión en todo el año. Pero no por parte de ellos, los que regresan con aturdimiento, sino por nosotros, los que escuchamos su quejicoso tono desde el sofá. Con rostro mohíno muestran su pesar por regresar a la llamada normalidad. Uno no entiende nada. No sabemos de qué se quejan los que vuelven de los campos de concentración del placer desde las playas de Huelva o Cádiz. La ironía es evidente. La pandemia no parece acabarse nunca. Pero casi a diario escuchamos que hay quien se alegra porque ya se ven atisbos de la ansiada vuelta a la normalidad. ¿De qué se queja el quejica entonces? Los que vuelven con depresión al trabajo nos hunden al final a quienes al menos estábamos con el ánimo al ralentí por aquí, a la vera caliente del Guadalquivir. Pero el clásico reportaje de los telediarios del fin de agosto nos sacuden la indolencia. Kierkegaard y otros filósofos hablaban de la virtud de la rutina. No pretendemos dárnoslas de exquisitos. Pero nos acordamos de los viejos filósofos cuando en la tele salen a darnos la murga los expertos en síndrome posvacacional. Nos hablan como si fuéramos niños (o incluso peor: como mascotas). A menudo la tiniebla nos acecha goyescamente. Pero hoy cualquier contrariedad menor de la vida adquiere un matiz de debate existencialista. Sabemos que la merma de la luz solar influye en nuestro ánimo. Sabemos que el verano altera los serenos hábitos. Sabemos que el despertador es como el dinosaurio del cuento de Monterroso. Son todas cosas comunes que no requieren evaluaciones de expertos en nada. De hecho, septiembre debería haber perdido su aroma rancio o demodé. Celebremos pues que hoy es el Día Mundial de la Dactiloscopía, el estudio de los rasgos de las huellas digitales (su primer estudioso fue el croata-argentino Juan Vucetic). Muchos sabemos que no vamos a dejar huella alguna en este mundo efímero. Pero hoy es nuestro día también. Vucetic sí que fue un experto en algo. No como los otros bobos.
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