La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Demasiados niñatos en la política
La tribuna
SE aprobó en el Parlamento de Cataluña la declaración para iniciar la desconexión de esa región del resto del Estado. Los españoles nos encontramos con un ataque al Estado desde dentro del Estado y no tenemos respuesta. Dice el presidente del Gobierno que él sabe lo que hay que hacer pero el resto de los ciudadanos no sabemos qué decir. No sabemos qué hacer. El Gobierno debería articular un discurso y una respuesta que pudiera dar seguridad y tranquilidad a todos los ciudadanos. Conviene que se tenga claro y se tome en serio. Tenemos poca experiencia en reformas constitucionales.
¿Cómo enfrentarse a una sensación, que no a un razonamiento? Hace ya bastantes años, la gente de mi generación nos juntábamos en las calles, en las fábricas, en las universidades para exigir el final de la dictadura y un nuevo país donde hubiera libertad, donde se amnistiara a los presos políticos y sindicales y donde se levantara el freno de mano que el franquismo había puesto a los hechos diferenciales y a las diferentes lenguas y culturas que lo componían en la unidad y en la diversidad. Entre manifestación y manifestación, acudíamos a los conciertos semiclandestinos de los cantautores de la época, y al terminar de corear L'estaca o A galopar, gritábamos "Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía" que resumía el tipo de España que queríamos: una España libre, moderna, democrática, descentralizada, reconocedora de los hechos diferenciales y europea.
¡Y se consiguió! Con todos sus defectos, esa es la España que tenemos desde la Constitución de 1978, y esa es la España por la que se sufrió cárcel, castigo, muerte, destierro, exilio. No queríamos una España uniforme y uniformada sino libre y unida en el reconocimiento y respeto por las diferencias, y en la que la solidaridad entre los ciudadanos hiciera posible que todos tuviéramos un sitio para poder ser, para poder estar, para poder realizar un proyecto de vida, para poder vivir libremente.
Las cosas fueron relativamente bien durante treinta años: desapareció el golpismo, entramos en Europa, los niños y jóvenes permanecieron obligatoriamente en la escuela hasta los 16 años, hubo una pensión para todos los jubilados, se mejoraron las infraestructuras, conseguimos una sanidad universal y de calidad para todos, se descentralizaron las decisiones políticas y se respetaron y reconocieron las diferentes formas de ser español y de estar en España.
Y ahora, cuando las cosas vinieron mal dadas, algunos han decidido dar la espalda a quienes lucharon, murieron, penaron y sufrieron por esta España, traicionando a tirios y a troyanos bajo la excusa de que se cansaron de aportar mucho y recibir poco.
Resulta preocupante que justamente hoy, cuando la condición de ciudadano español ha pasado a ser exactamente eso, una verdadera ciudadanía, un marco de derechos y libertades para hombres y mujeres que viven en España, se oigan voces que pretenden presentar esa ciudadanía española como sospechosa, como trasnochada o como impura. El Estado, para un demócrata, no es la patria en cualquier circunstancia, de cualquier manera, con Constitución o sin ella, con libertad o sin ella, sino el instrumento del que se pueden valer las diferentes opciones políticas para desarrollar en libertad y democráticamente un proyecto político que, en competencia con otros, los ciudadanos consideren más justo y equitativo.
En los planteamientos reformistas, el Estado es la clave de la transformación y de la nivelación social y económica de los ciudadanos. Por eso muchos de los que nos consideramos ciudadanos de izquierdas tenemos tantos problemas a la hora de comprender cualquier deslegitimación, no de la España en abstracto y patriotera, sino de la España actual, democrática, constitucional, plural, diversa y descentralizada, donde la izquierda y los progresistas pueden plantear y llevar adelante un proyecto político de igualdad, libertad y solidaridad para todos y entre todos. Por eso resulta tan lamentable que, en las dos únicas ocasiones en que los demócratas progresistas españoles hemos podido gozar de libertad plena para tratar de ganar la confianza de los ciudadanos y acceder al gobierno de España para seguir ampliando los derechos y la libertad, desde Cataluña se pongan palos en la rueda de esa posibilidad, abierta desde la Constitución de 1978, poniendo en peligro la convivencia y la libertad de este instrumento llamado España, como ya ocurrió en octubre de 1934 con la proclamación unilateral del Estado catalán y desde 2012 hasta hoy con el pronunciamiento de secesión del parlamento de Cataluña el pasado 9 de noviembre.
¿Quién nos engañaba cuando, en los años 60 y 70 del siglo pasado gritábamos en los conciertos de Lluís Llach, de Raimon, de María del Mar Bonet o de Serrat, aquello de Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía? Los nacionalistas parece que no era Autonomía lo que pedían. Nos equivocamos, porque querían independencia. Nos engañaron. Claro que entonces la izquierda catalana era para nosotros, el resto de demócratas progresistas españoles, la puerta que nos situaba en Europa. ¡Claro que entonces la izquierda catalana era de izquierdas!
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