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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Para llorar su pena

Juan Carlos Romero ha añadido al ajuar musical de la Esperanza la necesidad de desahogar en secreto su llanto

Las grandes marchas multiplican la emoción del momento que vivimos ante la sagrada imagen y tienen el poder de evocar lo que sentimos como si estuviéramos ante ella. La Esperanza Macarena ha sido magistralmente dicha en música por los tres Pedros –Gámez Laserna, Morales y Braña– más Cebrián, Velázquez y Moreno, conformando el canon macareno al que añadiría, aunque un canon necesite tiempo para cuajar, a Ojeda Jiménez y a Hurtado. Hacen más rotunda su presencia, más elegante y airoso su andar, más emocionante su emoción, más leve su gracia, más alegre su sernos dada y más melancólico su dejarnos. Y siempre reviven la emoción que ante Ella sentimos. Al igual que en los casos del Valle y la Amargura, creo (opinión me temo que minoritaria) que deberían tocarse cada dos chicotás, porque todo el mundo tiene derecho a ver a la Esperanza vestida de música como de bordados y oro la vistió y coronó Juan Manuel. Junto a ellas, lo mejor de Farfán, de Ramos, de Marquina o de los citados Gámez Laserna y Morales. Y de vez en cuando, solo de vez en cuando, alguna de las marchas nuevas, para ver si cuajan.

Anteayer tuve el honor de presentar en el anual concierto del Carmen de Salteras en la Basílica una nueva marcha dedicada a la Esperanza. Es la primera vez que uno de los nombres mayores del flamenco más serio, más hondo, compone una marcha para la Macarena. Se llama Para llorar su pena y su autor es el compositor y guitarrista Juan Carlos Romero, discípulo de referencia de Manolo Sanlúcar, ganador por dos veces del Giraldillo al Toque de la Bienal y el Premio Nacional de la Crítica, creador de obras que han interpretado, arropados por su toque, Enrique Morente, José Mercé, el Turronero, Chano Lobato, Paco Toronjo, Rocío Jurado, Carmen Linares, Miguel Poveda, Esperanza Fernández o Eva La Yerbabuena.

Es una marcha seria –ojo: seria, no triste, como la Esperanza Macarena, cuya alegría es la cosa más seria del mundo, la resurrección nada menos– que faltaba en el ajuar musical de la Esperanza. Evoca su llanto secreto, su necesidad de desahogar su pena como una Madre que necesita llorar, pero no quiere que sus hijos, para los que solo es alegría, vean sus lágrimas. “Celestial Madre mía de la gracia y la pena”, le cantó Juana Reina. Todas sus marchas cantan su gracia; esta, su pena. Dejen que les suene por dentro. Sentirán caer sus cinco lágrimas por el rostro incomparable de la Esperanza.

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