El no-ficus

12 de agosto 2025 - 03:07

Protegido del sol de Sevilla bajo una sombrilla de playa, un operario tala lo que ha quedado del famoso ficus de San Jacinto. Qué metáfora. En rededor, muchos policías preservan la ejecución definitiva, sentenciada bajo la firma de nuestros servidores públicos, frente a las probables protestas del barrio de Triana y de las gentes del común. Otra metáfora. Rugen las motosierras justo tres años después de haberlas encendido y de haberse sabido en toda España que, en la ciudad de los 40 grados, el párroco de una iglesia a cuyo compás daba sombra el árbol, con el ok del Ayuntamiento, encargó talar un ejemplar centenario, sombra y oxígeno del lugar, casa de los pájaros, sano a pesar de no haber recibido el mantenimiento preciso. Las vecinas y vecinos, con una orden judicial en la mano, lo pararon. Y esto ya no es una metáfora sino un símbolo. Un molestísimo símbolo que ahora están retirando.

Te puedes cargar la materia, la carne o el madero, la sangre o la savia. Destrozar un símbolo es mucho más complicado. Ese árbol lo es. Representa la creciente conciencia ciudadana de que el patrimonio natural y vivo de una ciudad es un bien común, no un mobiliario urbano. Por eso, para que no se vuelva a repetir, muchos –yo misma en esta página– propusimos que el tronco permaneciera, con garantías de seguridad y acondicionado con cariño en compañía de flores y plantas, para convertirse en un memorial, en un monumento civil a los árboles caídos. Hace unos meses, con una presión ciudadana que no ha cejado, el Ayuntamiento aprobó una moción presentada por Susana Hornillo con dos puntos: 1. Una moratoria para determinar si el ejemplar estaba vivo y 2. En caso de no sobrevivir, la permanencia del tronco en homenaje a este gran árbol como símbolo de la identidad del barrio y de la consciencia ciudadana en defensa de la naturaleza.

Según leo en este su periódico, el Ayuntamiento estudia sustituir el ficus por una escultura. Me pregunto si, para ver su plaquita de homenaje, me tendré que poner las gafas de cerca, o si será bien visible desde la calle y lo visitarán los coles para contarles a los niños (si el estruendo de motosierras en el cercano parque de Manuel Ferrand lo permite) que nunca más. Lo que se borra, se olvida. Los no-árboles son indicio de que un barrio comienza a convertirse en un no-lugar.

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