¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Una noche en la ópera

Sin el Maestranza y los Amigos de la Ópera, Sevilla sería una ciudad más fea, aburrida y cateta Rosas entre el hormigón

Carmen Larios, la ganadora del Certamen.

Carmen Larios, la ganadora del Certamen. / DS

LOS profanos solemos tener una imagen muy estereotipada de la ópera, más basada en la lectura de Las joyas de la Castafiore que en la realidad. De alguna manera, todos nos solidarizamos con el capitán Haddock cuando es torturado por los alaridos líricos de la voluminosa diva. Solemos pensar, además, que la afición a este género es algo impostado, que tiene un pellizco de exhibicionismo pijo, que responde a claves y anhelos que poco tienen que ver con el culto al arte. Nada más falso. Como ocurre con cualquier otro espectáculo, a la ópera va gente a la que no le interesa especialmente ( incluso que la puede detestar). Pasa igual con los toros, el fútbol o los conciertos de Ricky Martin. Se puede ir por curiosidad, inercia, obligación profesional, cotilleo... Pero en Sevilla hay grandísimos aficionados que, al conocimiento, unen la pasión. Son los primeros con los que cualquiera tropieza cuando entra en el hall del Teatro de la Maestranza: Jacobo Cortines, Rafael Sánchez Mantero, Ignacio Trujillo, Antonio Hernández Moliní...

Sabemos por los libros de Andrés Moreno Mengíbar que Sevilla siempre fue una ciudad que mantuvo una relación muy especial con la ópera. Solo una herida tan profunda como la Guerra Civil hizo que la ciudad se apartase de los grandes itinerarios de las compañías europeas. Todo cambió con el 92 y la inauguración del Teatro de la Maestranza. En esta nueva primavera del género lírico en la ciudad han tenido mucho que ver los Amigos de la Ópera de Sevilla (ASAO), actualmente presidida por Ignacio Trujillo.

Una buena prueba de la labor de la ASAO la pudimos ver el pasado lunes gracias al XIX Certamen de Nuevas Voces Ciudad de Sevilla. Fue un auténtico placer poder sentarse en la oscuridad, entre toses, susurros y gorgoritos de altísimo nivel para disfrutar de piezas de Mozart, Donizetti o Puccini interpretadas por jóvenes talentosos de diferentes procedencias y estilos. Este tipo de espectáculos pueden gustar más o menos, pero no hay duda de que forman parte de lo más íntimo de la civilización europea. Bien lo supo Bertolucci, que para mostrar el paso del siglo XIX al XX en su película Novecento se limita a una frase de guion: “¡Verdi ha muerto!”.

La Europa que hoy conocemos no se entendería sin la ópera, sin la construcción de grandes teatros que propició, sin sus liturgias nocturnas, sin sus mitos, sin sus grandes arias... Eso hace que el Maestranza y la ASAO sean bienes culturales irrenunciables. Sin este tipo de espacios y asociaciones, Sevilla sería una ciudad más fea, aburrida y cateta. Conste aquí nuestro agradecimiento y admiración.

Por cierto, que el certamen lo ganó la andaluza Carmen Larios, cuya voz de finísimo cristal dejó flotando en la penumbra del teatro notas que muchos no sabíamos ni que existían. Bravísimo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »