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Cambio de sentido

Lo normal

Somos muchas las que queremos que hacer vida "normal" no nos convierta ni en víctimas ni en heroínas

Año del Señor 2017. Andalucía, interior, tarde. En la televisión pública, el presentador, tijera en ristre, rasga el vestido de su compañera. Por delante, por detrás, hasta el mismísimo. Luego amaga en el escote. Risa nerviosa de la mujer, tonantes carcajadas de señoras en el público. En la mecedora, el abuelo que dormita abre los ojos un momento. El numerito y el bochorno salta a las redes, de ahí a los medios. Lo veo. La escena, honestamente, me violenta. La presentadora explica en Twitter que se trata de una broma pactada. Muy edificante. Leo opiniones de la gente: que a qué rasgarse las vestiduras -nunca mejor dicho-, se trata de una broma normal. "Normal". El adjetivo se me hinca en la carne. "Mi marido me pega lo normal", decían hasta no hace tanto.

Hubo un tiempo donde España en pleno se guirraba con el "Mi marido me pega" en el especial de Nochevieja en La Primera. Hubo un tiempo en que daba mucha risa Sor Citroën cuando le regaña a una mujer con el ojo morado: "Rosalía, que tú has sido siempre muy locuela. ¿No será que le provocas?". Hubo un tiempo en que Benavente decía -¡qué hilaridad!- que no conferenciaba en el Lyceum Femenino porque él no hablaba "ni a tontas ni a locas". Otros intelectuales igualmente chistosos -encuentro tales chanzas en sus libros- afirmaban que "una mujer vestida de seda es como un capullo de mariposa: por fuera, seda, y, por dentro, un gusano que se retuerce" (Enrique Jardiel Poncela), que "la mujer es siempre sincera con los ojos y engañosa con los labios" (Antonio Solano), que "los celos iracundos de algunas hembras significan, antes que el temor de perder un amante, el recelo de que se cierre un bolsillo" (Ramón y Cajal), y no sigo por no enfadarles. Esta costra de siglos no se orea en un instante.

Los tiempos cambian. Para mí -y sé que para muchos de ustedes- nada de esto resulta ni medio normal. Antes bien, nos parece anómalo y vergonzante. Pero a estas alturas del siglo, aún hay quienes piensan que despreciar a las mujeres o que un tipo se propase, se abalance y se emborrique con una hace gracia y no es para tanto. Mientras, somos muchas las que luchamos para que hacer nuestra vida "normal" no nos acabe convirtiendo en víctimas o en heroínas. Así, a pesar de los pesares, volvemos si nos place a las deshoras, viajamos solas, nos hermanecemos unas a otras, entramos y salimos con muchachos primorosos, hasta nos atrevemos a tener piernas. Y boca. Exigimos respeto. Contra ello ladran, Sancho. Normal.

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