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enrique Esquivias De La Cruz

Sale el Señor

SIGUIENDO la tónica general de los últimos tiempos, y esta salida extraordinaria no iba a ser la excepción, andamos perdidos en detalles de logística y organización que acaparan por completo nuestro tiempo y nuestro interés, no sólo de los que tendrán alguna responsabilidad en ello, lo que hasta cierto punto puede ser lógico, sino del resto, protagonistas pasivos mas preocupados que otra cosa en saber horarios, formación del cortejo, acceso a la Catedral, aforamiento de calles, número de autobuses desplazados a Sevilla, alternativas ante la posibilidad de lluvia y un sinfín de detalles por el estilo. Tampoco faltan los interesados en los datos históricos, las estadísticas y las curiosidades: cuándo salió en el paso por última vez, cuándo no pudo hacerlo, cuáles fueron los motivos de las salidas, etcétera. Todo eso está muy bien, es hasta necesario en algunos casos, pero cuántos de nosotros hemos reparado en por qué sale y para qué sale. Quizás retomando el origen de la salida podamos respondernos a estas preguntas.

En el contexto del Año de la Misericordia que estamos a punto de concluir, el Arzobispado ha querido que el acto de clausura con las hermandades de la provincia lo presida la imagen del Señor, argumentando, en palabras del propio arzobispo, que su rostro es el mejor reflejo de la misericordia de Dios. Me atrevo a añadir, complementándolo, que su imagen nos recuerda, como ninguna otra, que el verdadero Gran Poder de Dios radica en su capacidad de perdón. Sale, por tanto y principalmente, para recordarnos que por débiles que seamos, por muchas que sean las veces que le hayamos ofendido, por tantas las ocasiones en que le demos la espalda, siempre podremos volver a su lado, porque su comprensión y su misericordia están infinitamente por encima de nuestras debilidades.

Pero sale también, como siempre lo hace, para alzar la voz en nombre de los que no pueden hablar por sí solos, de los padres de familia sin trabajo, de los ancianos sin compañía, de los inmigrantes sin patria, de los asesinados por abrazar su fe, de los niños que mueren en las guerras de mayores o de los que ni siquiera les dejan nacer. Sale en medio de un mundo que cada vez se aleja más de Él, donde el laicismo beligerante lo impregna todo, lo alcanza todo, lo derrumba todo. Sale para hacerse presente en unas calles que lo necesitan más que nunca, para que nos ayude a ser testigos de la fe, porque si no hablamos nosotros tendrán que gritar las piedras. Sale para instalarse en medio de todos, como lo está en el corazón de cada uno, Sale para encontrarse con los que le buscan y con los que le huyen, con los que se creen mas justos que nadie y con los que le ignoran. Sale para reencontrarse con la ciudad que tantas veces le reza y tantas otras le olvida.

Sale el Señor de tus mayores, el de todos los viernes del año, el de los azulejos de todas las esquinas, el de las estampas de todas las carteras, el Señor que es tan tuyo siendo de tantos. Aquel al que tantas veces has acudido, buscando el consuelo o la fuerza que te flaquea, el que te recuerda que por mucha que sea tu carga la suya siempre será más pesada, el que te da la fortaleza necesaria para tomar tu cruz y seguir sus pasos. Sale a tu encuentro y al de todos nosotros para recordarnos que sí es posible un mundo mejor, no hay mas que oír sus palabras y andar su camino. Por unas horas dejará su basílica, donde nos aguarda cada día del año, y será Él quien nos aborde por los rincones del alma de cada uno de nosotros. De nada nos servirá salir a su encuentro si no lo buscamos también en nuestro interior. Sale el Señor de la ciudad.

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