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María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Los paisajes que perdimos

Artillería necesita un uso permanente que la mantenga viva mientras llega un uso definitivo

Rostros, rastros, restos. Así se llama la exposición que alberga la Fábrica de Artillería. Se trata de un proyecto de los profesores Julián Sobrino y Enrique Larive y su propósito es reivindicar el valor de este patrimonio industrial que durante muchos años ha dormido el sueño de los justos. Una ilusión de la que se habría despertado gracias a un proyecto subvencionado por Europa y que promete convertir este inmueble histórico en el Centro Magallanes. Sólo está en marcha y difícilmente será una realidad antes de 2021.

En los últimos años ha habido intentos de arrojar luz a este legado. Algunas jornadas de puertas abiertas, visitas guiadas, noches en blanco y un programa cultural y temporal para abrir por obras dicho enclave. Ya se ha invertido un dinero en labores de conservación de un lugar que el gobierno de Juan Espadas había proyectado como el Matadero de Madrid en Sevilla. Ideas ha habido miles y todas hubieran sido válidas de llegar antes.

La citada exposición ha reunido en esa catedral desarbolada a un puñado de ex trabajadores, de inquilinos, porque en aquel lugar de trabajo transcurrieron muchas vidas. Artillería era un paisaje sin el que no se entendía el barrio de San Bernardo. Un panorama social, inmaterial, intangible, una memoria del trabajo de cientos de familias vinculadas con orgullo durante décadas a la factoría Santa Bárbara. Un amor propio que hoy les hace llorar cuando entran en un edificio con paredes renegridas donde huele a forja de cañones y vienen a la cabeza sabores de puchero clandestino, sorbos de aguardiente, risas de niños, consejos de mayores... aprendizaje de oficios y de la vida. Y todos ellos les bastaría con que la fábrica recobrara algo de ella.

Hace cuatro años, el todavía alcalde, Juan Ignacio Zoido, abrió las puertas al público, cuando aún no tenía un plan de uso definido. Pero la calle central que divide el edificio, con sus narajos, se ambientó, como lo hizo el año pasado durante el FeSTt que llenó de máquinas y performances las naves de la Catedral mayor. Mañana, cuando salga San Bernardo, muchos mirarán hacia dentro con nostalgia y con el temor a que aquello acabe hundiéndose y en los escombros se les vaya parte de su historia.

Sólo el uso puede salvar a este patrimonio. Proporcionárselo, una vez hechas obras de emergencia que garantizan la seguridad, es el mejor proyecto y hay metros cuadrados para muchas iniciativas. Bastaría con algún ciclo, algún concierto o exposición, una actividad de bajo coste que sería muy valorada por el público. Permanente.

Se trata de recuperar los paisajes de la memoria. Del pasado y también del futuro. La Gavidia y sus debates. ¿Alguien ha imaginado que las lonas que cubren la comisaría podrían ser una gran pantalla donde se proyectaran conciertos, cine o un documental histórico? Mientras se decide qué albergará dentro. Pues sí, lo propuso el colectivo de arquitectos Entre Adoquines. Alguien lo escuchó y poco más. Sobran buenas ideas, pero falta algo más.

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