El papado, servicio y condena

16 de febrero 2025 - 03:12

El papa Francisco, 88 años, fue ingresado el viernes a causa de la bronquitis que desde hace días le ha obligado a celebrar las audiencias en su residencia de la Casa Santa Marta, interrumpir su homilía el pasado domingo, delegar la lectura de su catequesis el miércoles y suspender su agenda, en principio, ojalá, hasta mañana.

Los papas, a los que se supone vidas presididas por la moderación, suelen morir con mucha edad. Por referirme solo a los de los siglos XX y XXI hay que recordar que Pío X murió a los 79 años, Pío XI a los 81, Pío XII a los 82, Juan XXIII a los 81, Pablo VI a los 80, Juan Pablo II a los 84 y Benedicto XVI a los 95, tras haber renunciado al papado nueve años antes. Solo Benedicto XV y Juan Pablo I murieron relativamente jóvenes, el primero a los 67 años –tenía una salud de hierro, pero una bronconeumonía causada por una larga espera bajo la lluvia se lo llevó por delante– y el segundo de un infarto a los 65 años, tan solo 33 días después de su proclamación.

Antes de Benedicto XVI solo dos papas habían renunciado: Celestino V en 1294, un ascético eremita que fue nombrado cuando tenía 79 años, aceptó por obediencia y renunció solo cinco meses después para regresar a su retiro, no sintiéndose preparado, con la edad y la salud suficientes para afrontar las luchas de poder que en su tiempo se daban y de las que al final fue víctima: su sucesor, Bonifacio VIII, temeroso de su popularidad y su fama de santidad –fue canonizado en 1313–, lo mandó encarcelar, muriendo en una celda del castillo de Fumone; y Gregorio XII, que renunció en 1415 a causa de las tormentas desatadas por el Cisma de Occidente o de Aviñón (1378-1417).

Tuvieron que pasar casi 600 años para que se diera otra renuncia, la de Benedicto XVI, que abrió un precedente que quizás debería considerarse con atención. Aunque se suela interpretar incluso como martirologio, caso de Juan Pablo II por el atentado que tanto afectó a su salud, los sufrimientos causados por sus enfermedades y su lucha contra las limitaciones que estas le imponían (“en las duras pruebas de los últimos meses se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas” dijo el cardenal Ratzinger en su funeral), cabe preguntarse, más por humanidad que por merma de sus facultades, si los papas deben seguir soportando, ancianos y enfermos, el peso enorme de sus responsabilidades hasta su muerte.

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