La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El gazpacho que sufrimos en Sevilla
Según un amigo que de cándido sólo tiene el nombre -es ingenioso y picante-, para gustar a las mujeres es básico a ciertas alturas de curso la forma en que te metes en el coche: tu agilidad, gesto de cadera, donosura y rapidez. O, faltamente, lo contrario: las manos aseguradas en el techo y la puerta, el bufido al caer en el asiento a plomo, la pierna zurda llevada adentro con la mano. Este allegado lo era sobre todo de vestuario binario, a saber: solía soltar sus ocurrencias -tan machistas como usted decida- mientras nos empeñábamos en una máquina elíptica o, lo dicho, nos cambiábamos para sudar o recién duchados, entre otros hombres. Quién sabe cómo serán los futuros vestuarios del polimorfismo, la transversalidad y, sobre todo, la soberanía en ser -en lo tocante a género- cada uno y una le salga de las brevas, sean éstas externas, internas o meramente sentimentales, o sea, elegidas sin mayor atadura. Este asunto es un lío: se abre la caja, y Pandora manda.
Noté un leñazo entre dorsal y lumbar al acceder a mi coche -que es bajo, y encima viejo, lo cual es peor para puntuar en la Teoría Cándida del Gesto del Piloto arriba esbozada-. Eso fue ayer en el aparcamiento en superficie del campus. Alrededor, chicos y chicas fumaban sus cigarros liados, llevaban sus amplias gafas metálicas, lucían pantorrillas bajo las bermudas. Preparaban sus exámenes de septiembre, o bien venían a resolver asuntos burocráticos; no pocos, alumnos de primer curso. Uno, a estas alturas, decimos, no es tan memo como para creer que alguien de esa edad te observa con mayor ánimo que preguntarse qué leches de marca de coche es el tuyo, que, de viejísimo, ya rompe en clásico, y si tú -con esas gafas- vas a ser profesor suyo. Pero, ya en este lado, el mío, uno reconoce, con ternura pero con consciencia, que ellos vuelven a ser los mismos, al menos en edad. Nada que ver contigo: más bien a ti te sucede todo lo contrario. Y la forma en que tú te montes en tu tartana con matrícula del siglo pasado les importa lo justo: nada. Como a ti sus tatuajes en el tobillo. Es ley de vida.
Esto recuerda a la paradoja de Zenón, la de Aquiles y la tortuga que, con permiso de los peritos en filosofía, no deja de tener mucho que ver con los conceptos de infinitesimalidad y relatividad. Que a tantos de estos nuevos ingresados les costará Dios y ayuda comprender. De hecho, yo no los entiendo. Pero las distancias de años son cada vez más grandes, aunque nuestras posiciones relativas -docente vs discente- seguirán siendo iguales. Más que paradoja, es un esguince.
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