
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Al suelo que vienen los vaticanistas!
La aldaba
En cuestión de invitaciones a balcones no es oro todo lo que reluce. Hay mucha, muchísima bisutería. Queda muy bien invitar a las amistades, compañeros de profesión, pedestales sobre los que trepar, estribos sobre los que apoyarse para encajar en la montura del ascenso, brazos con los que codearse y con derecho a retratarse sonrientes (“¿Esta foto cuando sale?”) y advenedizos del por aquí te quiero ver, sírvete lo que quieras que estás en tu casa que ahora van a por más hielo, y eso no se lo digo a todo el mundo. Usted acepta la invitación, alcanza la puerta, sube al piso y el primer peligro es que haya más gente que invitados. Horror. No hay suficientes losetas de balcón para tanta muchedumbre. El camarero del ambigú se ha ido a buscar la caja de las galletas que merienda la suegra del dueño del balcón (esto es verídico). La mujer del titular registral del balcón quiere un Aperol Spritz para ella y sus dos amigas íntimas, pero no hay cava suficiente. Otro parón (también verídico).
Decide usted resignarse, salir al balcón y tomar el aire mientras pasa una ristra de penitentes de esa cofradía de barrio que trae 2.850 nazarenos. En ese preciso momento se le presenta un tipo descamisado, que masca chicle y sufre una palmaria incontinencia verbal. No para de preguntarle por el proceso de transformación digital de la prensa tradicional, el valor que tiene hoy el periódico en papel impreso y, cómo no, hasta qué hora se puede aguantar una edición si ocurre algún suceso en la ciudad en estos días tan especiales. Es el barrila de balcón, un genuino pelmazo fácilmente identificable, pero difícilmente evitable por una mera cuestión del achique de espacios, que diría el entrenador de fútbol argentino. Hay otro perfil de brasa que es el del emprendedor capitalino que viene unos días a ver “las procesiones” por la tarde, mientras dedica las mañanas a culebrear por la Gerencia de Urbanismo. Se queja de la “parálisis” de la ciudad y del exceso de normativa. “Esto en Mónaco no pasa”. Dan ganas de contestarle: “¿Lo de Mónaco es lo de los colchones?”. En los balcones no se ven cofradías, se ven pasos en el mejor de los casos. Y sobre todo se hacen relaciones sociales a costa de las cofradías. El peor de los casos es el de tener que conformarse con una tercera fila desde la que se puedan otear las flores que lleva el techo de palio. Antes de acudir a un balcón, llamen por teléfono y pregunten con sutileza cuánta gente hay concentrada. Puede ser una experiencia desagradable. No se puede veranear a cualquier precio. Ni ver cofradías de cualquier manera. Apliquen la máxima:en Semana Santa más de tres son bulla. En la calle y en el balcón.
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