Pensiones (I)

07 de septiembre 2025 - 03:12

Desde principios de siglo, vengo escribiendo en este rincón sobre el gravísimo asunto de la sostenibilidad de nuestro sistema de pensiones. Se trata, en esto cabe poca duda, de una de las mayores preocupaciones de los españoles y, al tiempo, de un componente clave que determina, por el creciente importe de su pago, el funcionamiento de nuestra economía toda. Poco se ha hecho, sin embargo, para intentar buscar una salida sensata a la encrucijada crítica en la que nos encontramos. Los políticos, acunados en el cortoplacismo, son incapaces de diseñar una respuesta consensuada a, quizá, el principal problema del país.

La combinación del descenso de natalidad y el aumento de la esperanza de vida está creando una presión progresiva sobre dicho sistema. Este desequilibrio pone en serio peligro su estabilidad financiera y puede llevar, como poco, a una reducción drástica de las pensiones y, como algo no descartable, a la oscura hipótesis de una quiebra generalizada.

Entre las posibles medidas paliativas de semejante desfase, se experimenta ahora con el alargamiento de la edad de jubilación, algo socialmente rechazado y acaso injusto en determinadas profesiones. Hasta hoy, opina la experta en finanzas Natalia de Santiago, la gente en España ha podido vivir muy bien con las pensiones públicas. Eso, a mi juicio, es cierto. Baste con comparar el salario medio con la pensión media para darse cuenta de que, en muchos casos, el pensionista es un españolito privilegiado. Ocurre así, entre otras razones, porque nuestra tasa de sustitución, esto es, el porcentaje del salario que se recibe al jubilarse, es significativamente más alta que en la mayoría de países de nuestro entorno (aquí estamos en un 70%, mientras que en Alemania, por ejemplo, esa tasa ronda el 50%). Estupendo para el presente, catastrófico para el mañana.

Es previsible que esa tasa de sustitución tenga que disminuir en las próximas décadas, lo que obligará a los trabajadores a buscar otras formas de ahorro para garantizar su seguridad financiera a largo plazo. Especialmente la esperanza de vida, que cuando el sistema se creó era de 7 años tras la jubilación y en estos momentos es de 23, ilustra bien la ingente tarea que queda por afrontar. Pero de esto, y de algunas ideas novedosas, me ocuparé el domingo que viene.

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