Los ‘poyaque’

30 de mayo 2025 - 03:07

Puesta a creer en algo, me declaro más devota de los ciclos redonditos que del tiempo lineal y le pongo más velas a san Kairós milagroso que a san Cronos. Tal vez esta sea una de las cosas por las que me gusta Sevilla, por su culto a la estacionalidad. Aquí guardamos los usos y quermeses propias de cada momento del año. Ahora toca el mes de los caracoles, las ferias y romerías, el cambio de armario, la escapadita a la playa. En los carteles de las Fiestas de Primavera echo en falta –junto a la guitarra, la Giralda, las oscuras golondrinas y el palio con nazarenos– unas chanclas y la toalla. Añado a las costumbres de la temporada las obras, la pintura y la limpieza general; menesteres estos incómodos pero que, en su estacionalidad, contemplo o llevo a cabo sin antipatía. Correr un tabique o encalar hay que hacerlo como las guerras médicas, principiando el verano. En los pueblos como en el que me crie, dicha estacionalidad de los zafarranchos domésticos era comunitaria (comprometía a familia y vecinos), ritual, pelín eleusina. Sobre todo, era luminosa y alegre. Quizá de ahí extraigo cierta sensación de que la vía purgativa, o cualquier otro plan detox, tienen su gustito.

Les escribo estas líneas mientras en el patio que comparto con mis vecinas se ofician diversas obras y limpiezas, y mientras recuerdo la que hice en mi casa amparada por la frase lapidaria “Guárdate de los poyaque”. Ay de ti si el demonio cojuelo te susurra al oído por la noche un poyaque, será la perdición tuya y la ganancia del hombre que manda en el hombre de la espiocha que se ha instalado en tu cocina y te habla de burletes, perlitas, espiches y regolas. No hubo de qué preocuparse, mi madre me educó –sin querer– en un férreo espíritu soviético que me impide caer en tentaciones fuera de presupuesto, y que en general me libra del mal, amén, más de lo que yo quisiera.

Mas hay otros poyaque que tientan más que los ángeles y diablillos del mismito Pasolini. De éstos viven quienes viven del turismo. Son los poyaque turísticos, esos desembolsos imprevistos y fuera de razón que hacen o hacemos en los viajes. Hay una operación alquímica por la cual aceptamos pagar un locurón por un taxi, una ración de chocos, un fular o un espectáculo folclórico, que nadie en su sano juicio pagaría en su lugar de origen. Tan injusta plusvalía encarece la ciudad, alojamientos y mercancías no solo para los turistas.

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