Carlos Navarro Antolín
La vida sigue en Sevilla
la tribuna
Apesar de las inversiones realizadas en programas, centros y personal, así como de las leyes promulgadas para combatirla, la llamada violencia de género no ha cesado de aumentar y extenderse. Una de las últimas noticias difundidas por la prensa aludía precisamente a su crecimiento entre los adolescentes. De la misma forma, a lo largo del 2011, el número de casos denunciados se acercó a los sesenta. A ello hay que sumar los que llegan de padres maltratados por sus hijos, niños abandonados, secuestrados o asesinados por alguno de sus progenitores, sin olvidar las venganzas hacia ex compañeros o ex compañeras, ni los suicidios de uno de los miembros de la pareja después de dar muerte al otro. Todos estos asuntos, y otros, como el aumento espectacular del número de abortos o la violencia entre los jóvenes, a pesar de tener cada uno sus caracteres propios, están unidos entre sí por un fondo común que no debemos silenciar.
Uno de los tópicos de la cultura progre es la creencia (no avalada por los datos) de que la familia tradicional es cosa de derechas y de la religión (salvo cuando se trata de ayudar a los parientes propios), y que la violencia doméstica es producto del machismo heredado, imperante aún en la sociedad e, incluso, aunque los argumentos a este respecto están ya prácticamente obsoletos, de la represión sexual. Y se promueven al respecto planes de reeducación desde la infancia, de una mayor represión de las conductas machistas o supuestamente tales, de liberalización de las relaciones sexuales (¡aún más!) y prevención de sus efectos, cuando no se facilita la difusión de modelos alternativos de familia. La época del zapaterismo ha sido pródiga en ese tipo de tópicos y en inadecuadas soluciones, cuyos negativos efectos estamos padeciendo.
Sería engañoso negar la existencia de comportamientos despectivos hacia la mujer, violentos incluso; pero qué duda cabe (basta con ver estudios rigurosos al respecto) de que no es el machismo, ni las demás causas invocadas, el problema de fondo. Si así se viene considerando, es por la suma de un grupo de intereses convergente, que prefiere sostener el error antes de dar su brazo a torcer. De lo contrario, quienes lo sustentan habrían de cambiar supuestos ideológicos fundamentales para ellos. O dar la razón al enemigo.
La izquierda, otrora tan moderada e, incluso, tradicional en temas matrimoniales (no pocos de sus miembros se casaron por la Iglesia) y de sexo, se ha entregado con fruición a los supuestos de la ideología de género y del relativismo, como pretendida solución para llenar el vacío dejado por la esterilidad de su propio modelo político y social.
Por su parte, el centro-derecha, más sensible generalmente a los temas familiares, también se ve afectado en sus miembros por dicho influjo, algunos de ellos tienen situaciones personales complicadas, suele rehuir el debate de ideas y la crítica de dicha ideología, o se desinteresa de abordar con rigor el problema por sentido práctico.
El poder de los medios, pródigos en sostener los tópicos progres, actúa asimismo en favor de la propagación de los argumentos expresados. Y la masa, falta de criterio propio, suele dejarse envolver por los argumentos que desde allí se le envían, disfrazados de humanas, modernas y justas razones, a través de las series, los reportajes o las noticias. O, en todo caso, despacha el asunto diciendo que siempre se ha producido este tipo de comportamientos, y lo que hoy ocurre es que se denuncian más. El concurso de todas estas fuerzas ya sabemos hacia donde apunta: ahondar más el problema, en lugar de atenuarlo o solucionarlo.
El asunto de fondo aludido al comienzo es la negativa a reconocer que lo verdaderamente progresista y la medicina más adecuada para cambiar la tendencia es el fortalecimiento, la promoción y ayuda a la familia natural, tal y como el derecho la viene reconociendo desde la Antigüedad. Asimismo, el apoyo a su estabilidad, la defensa y fomento de la natalidad (otro de los temas tabú de la cultura progre, a pesar de su relación con el sostenimiento del Estado del bienestar), además de la revalorización de la maternidad y la no banalización del sexo. Y debe comprenderse que tal postura no es únicamente fruto de principios religiosos, sino de realismo y de sentido del bien público. Sólo esta línea de acción puede crear una sociedad verdaderamente sana y cohesionada. Que se lo pregunten si no a los maestros y profesores con alumnos de familias desestructuradas.
Pero de no abordarse este problema con sentido de la responsabilidad, de la verdad, y sin vendas ideológicas progres, difícilmente las medidas legislativas y de apoyo a la mujer sin más podrán ofrecer resultados satisfactorios. Mas la resistencia a quitar estas cataratas de los ojos es aún poderosa y su operación no suele estar bien vista por el pensamiento dominante. ¿Cuántos cadáveres más harán falta para reaccionar?
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