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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La reforma de la Magdalena

La eliminación del tráfico es positiva, pero se corre el riesgo de acabar con el débil brillo romántico de la plaza

Aunque parezca mentira, la Plaza de la Magdalena fue, durante la segunda mitad del siglo XIX, uno de los lugares más elegantes de la ciudad, con sus candelabros de gas que iluminaban las noches de verano y sus puestos de agua y refrescos para bajar los calores provocados por levitas, refajos y enaguas. Por aquellos años se llamaba oficialmente Plaza del Pacífico en honor a la escuadra de la Armada que operaba en este océano, pero los sevillanos, como suelen hacer, obviaron tal denominación para seguir nombrándola como se la conoce desde el siglo XIII, cuando era mucho más pequeña y anexa a la parroquia homónima que fue derribada por el urbanismo bonapartista. Allí, Antonio Machado, como cuenta en Los complementarios, aprendió por boca de su abuela la que consideraba una de las lecciones más importantes de su vida, y hasta el barón de Davillier, hombre exquisito y muy viajado, la distinguió como una de las plazas "más pintorescas y animadas de Sevilla". ¿Qué pasó entonces para que, apenas un siglo después, el poeta Rafael Montesinos dijese que era uno de los sitios "más feos de Europa"? Fundamentalmente esa pandemia de la especulación que fue el desarrollismo, cuando el coso se llamaba en los papeles General Franco. Comparar las antiguas fotografías de la plaza con las actuales sólo lleva a la melancolía. Los paseantes han sido sustituidos por autobuses y el caserío decimonónico -del que destacaba el Hotel Madrid- por adefesios de los que apenas se salva el llamado Cabo Persianas -uno de los primeros edificios racionalistas de la urbe-. Aun así, si el valiente peatón consigue sobrevivir al tráfico, todavía puede disfrutar de un cierto aroma a plaza-salón gracias a la arboleda de naranjos y magonolios, los setos de mirto y una elegante fuente coronada por la musa Calíope.

Las últimas noticias de la Magdalena son que el Ayuntamiento iniciará en breve su "reordenación urbana". Podría ser una oportunidad para recuperar su esplendor, y el proyecto tiene aspectos positivos como la eliminación del tráfico. Pero ya ha cundido el desánimo cuando se ha sabido que desaparecerán los setos que alivian la dureza de la ciudad moderna, o que el pavimento de chinos lavados y losas de Tarifa será sustituido por más granito. Se corre el riesgo de que la fuente de Calíope quede descontextualizada y absurda, tal como le pasó al surtidor dieciochesco de la Encarnación, hoy apabullado por las Setas. ¿Perderá definitivamente la plaza su ya débil brillo romántico? Probablemente. Nuestros gestores urbanísticos no terminan de comprender que una ciudad es, ante todo, una atmósfera, y eso es precisamente lo que llevan años cargándose en Sevilla. Con Franco y con la Democracia.

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