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Rafael Padilla

Una reforma antisocial

20 de septiembre 2009 - 01:00

SÉ lo suficiente de derecho tributario -desde luego, le dediqué algo más de dos tardes- como para no entender en absoluto ni la lógica ni los objetivos de la reforma fiscal con la que nos amenaza el inefable Zapatero. En este ámbito, es un principio indubitado que los impuestos directos, al repercutir según la capacidad económica de cada cual, son progresivos y colaboran en un reparto más justo y equitativo de la riqueza. En cambio, los impuestos indirectos, al incidir de forma lineal en el conjunto de la población, son considerados regresivos y, en gran medida, claramente antisociales.

Cabría esperar de un gobierno socialista que, a la hora de elevar los ingresos públicos, acudiera siempre a mecanismos que aseguren un mayor esfuerzo de los que más tienen. Lejos de esto, se nos sugieren desde el poder medidas inexplicables que, por mucho que se empeñen las dóciles terminales mediáticas, únicamente revelan una voracidad recaudatoria sin parangón en la España de las últimas décadas.

Si ya era absurda, por electoralista, la devolución anticipada y sin distinción de circunstancias de los famosos 400 euros, su supresión, hoy, lo es todavía más: se trata de una cifra ridícula para determinados niveles de renta, aunque crucial ahora en otros. Se acumulan así dos disparates. Pero no se agota ahí la extrañeza. De gravísimo cabe calificar el propósito de aumentar el IVA en dos puntos. Este impuesto, netamente indirecto, es un componente del precio de todos los productos y servicios, y subirlo, en lenguaje que cualquiera comprende, es encarecer el costo de cuantos adquirimos o recibimos: el pan, la vestimenta, las medicinas, las reparaciones, la luz, el agua, el catálogo entero, en fin, de nuestras necesidades, básicas o no. Además, en la misma cuantía para todos, lo que supone un alarde colosal de insensibilidad. Y al cabo, para terminar de perfeccionar el desatino, también se proyecta un alza de los impuestos especiales (alcoholes, tabaco, gasolinas) que, especialmente en el caso del combustible, de nuevo aplastará por igual las espaldas de los ciudadanos, disparará todavía más los precios y provocará un efecto letal sobre miles de puestos de trabajo.

Ésas, por mucho que nos adormezcan con falsas promesas de bienestar, son las exactas consecuencias del invento: menos consumo, más paro y alargamiento innecesario de la crisis.

Me preguntarán que por qué se hace. Pues, aun aventurándome en cabeza tan estropeada, me temo, que porque el líder, para seguir siéndolo, necesita dinero y pronto, lo busca allí donde más fácil lo va a encontrar y no está dispuesto -él no- a privarse de nada. Todo un benefactor este Zapatero que magnánimamente condona deudas, mantiene holgado su cinturón y atrapa en su puño (cerrado, claro) todo euro, del rico o del pobre, que se le ponga a tiro.

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