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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La salida de Illa, no hemos aprendido nada

Si el ministro es tan bueno para Cataluña, que no se vaya. Estamos en pandemia. Si es tan malo, hace tiempo que debió ser relevado

La salida de Illa, no hemos aprendido nada

La salida de Illa, no hemos aprendido nada

Es de poca vergüenza, poquísima. Se podrían emplear términos más suaves, calculados y templados, pero es conveniente poner a las cosas el nombre que les corresponde. Que el ministro de Sanidad deje el cargo en plena pandemia por puros intereses electorales de su partido en una región específica de España nos lleva a varias conclusiones, ninguna de ellas buena. Da igual, exactamente igual, quién sea el responsable de la Sanidad española tras más de 60.000 muertos. Da igual que se vaya y que venga uno nuevo. Importa más quién puede disputar la Presidencia de Cataluña que terminar de gestionar la peor crisis sufrida en España desde la Guerra Civil, en palabras del propio presidente Sánchez. El cortoplacismo de la política española no lo modifica ni el coronavirus. Seguimos con los mismos esquemas anteriores a los miles de muertos. Nada ha cambiado. Nuestros políticos no han sabido interpretar los nuevos tiempos, por lo que se ve con estas decisiones. O el ministro era muy malo, o es tan bueno que lo envían a Cataluña. Si era malo había que haberlo quitado hace tiempo. Y si es tan bueno, no moverlo de donde estaba. Este hecho, salvando las distancias, recuerda al caprichoso Aznar cuando quiso a Luisa Fernanda Rudi de presidenta del Congreso de los Diputados. Un alto dirigente de Génova le advirtió en la relajación de la finca de Quintos de Mora: "Presidente, si la traemos a Madrid, perdemos la Alcaldía de Zaragoza". Y el bigotudo, ya con el ego disparado al máximo, acertó a responder: "Y a mí que me importa la Alcaldía de Zaragoza". Sánchez se quita a un rival, cuando menos, desde el punto de vista de la notoriedad. Es muy habitual que los números uno desconfíen de los vasallos brillantes. Y si le sale bien, el éxito catalán será del presidente del Gobierno. El mediocre perseverante siempre gana. Porque nunca duden de que Sánchez es un absoluto mediocre que tiene como principales virtudes una perseverancia tenaz y un absoluto sentido de la falta de honradez con la palabra dada. Aznar demostró su talla con la boda de su hija en El Escorial, el culmen del mediocre español que no se ha visto en otra y que, por supuesto, no dejó pasar la oportunidad de dar rienda suelta a su megalomanía. ¿Pero acaso no son los acomplejados los que mueven el mundo y llegan habitualmente a los puestos más altos? El complejo es un motor, una fuerza de empuje. Y en política lo es casi todo. Se supone que estamos en una pandemia, con miles de muertos, y que deberíamos haber cambiado de planteamientos. Se supone, se suponía.

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