ENRIQUE Valdivieso e Ismael Yebra intentando salvar un trozo de la belleza del mundo: una tabla pintada hacia 1630 que representa a la Virgen de las Misericordias flanqueada por las santas patronas Justa y Rufina. Está en un estado lamentable desde hace muchos años. Sus propietarias, las monjas agustinas del convento de San Leandro -el de las yemas que hacían soñar a Luis Cernuda con labios de ángeles-, sobreviven a duras penas en un convento en ruinas. Hicieron voto de pobreza y viven austeramente. Pero una cosa es la pobreza y otra la miseria y el abandono que está arruinando su convento y su iglesia, monumentos extraordinarios de Sevilla. Si la Iglesia y los ciudadanos no se mueven acabará abandonado y en ruinas. Entonces la Junta y el Ayuntamiento tal vez se hagan cargo de él para dedicarlo a usos supuestamente culturales (como si perseverar en su ser conventual no fuera su destino cultural natural) y montar mamarrachos como la exposición del desdichado convento de Santa Clara, que lleva al siglo XVII el ruido, la superficialidad y la estupidez del siglo XXI degradando el arte a mercadeo turístico.
Valdivieso y Yebra han puesto en marcha una operación muy británica: buscar 600 personas que aporten 20 euros para reunir los 12.000 que importa la restauración. Suena a buenos ciudadanos ingleses haciendo una cuestación para salvar una tiendecita en la que se publicó la primera edición de una obra de Dickens o para reponer los bancos de madera de Kensington Gardens. Y cito dos casos que fueron reales.
Que se unan un catedrático de Historia del Arte y un médico dermatólogo para salvar una pintura conventual del siglo XVII no debe extrañar. No sólo porque exista una larga tradición de médicos humanistas y de médicos que atienden gratuitamente a los conventos de clausura, tradiciones que se unen en el entusiasta y generoso Ismael Yebra, sino porque el arte -cuando de verdad lo es- es una medicina del espíritu, una cirugía de las pasiones, una cura de la enfermedad de vivir, una terapia para las incertidumbres, una psiquiatría que afronta nuestras íntimas oscuridades. Mucho más que un juego, un ornamento o una mercadería. Lo que según Cesare Pavese defiende de las ofensas de la vida. Lo que según Martin Heidegger hace visible el acontecer de la verdad. Es por ello lo lógico que estos dos médicos de almas y cuerpos unan sus esfuerzos para salvar una obra de arte. No les dejemos solos.
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