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La sirenita de Machín

Imponer un modelo supone borrar al resto. Anularlos. Sólo nos faltaba que Gladiator no hablara inglés

Me tienen frita Fernando Repiso y Alicia Almárcegui con sus recomendaciones literarias, siempre tan buenas y tan profusas que me llevan con la lengua fuera. Este verano la una me llevo a Calle Este-Oeste ( Philippe Sands), nunca más oportunamente recomendado un libro que parte precisamente de los antecedentes de los juicios de Núremberg y los conceptos de crímenes de lesa humanidad y genocidio y de la ciudad que el presidente Zelenski eligió para su última reunión con el secretario general de la ONU , y el otro me devolvió a Ulises , el personaje homérico que en la novela de Daniel Mendelsohn propone un viaje por la Ítaca de tres generaciones y por la idea de viajes y héroes que en general tenemos. Y digo en general porque a veces lo normal nos llega a parecer extraordinario. En esa Odisea revisitada aparecen, lógicamente, las sirenas, esos seres mitológicos que junto a grifos y unicornios son nuestra más atractiva fauna imaginada. Si hemos superado la fractura aristotélica entre cuerpo y espíritu, cómo ignorar que ficción y realidad son el mismo paisaje del universo de nuestras vidas. Hay sueños que dejan mas marcas que un marido. Y fantasías que nos cuentan mejor que un viaje de treinta días con media pensión y excursiones incluidas. Los personajes mitológicos habitan entre nosotros, aunque su trasposición corpórea tenga casi siempre regulares resultados. La Sirenita más tangible es la famosa de Copenhague, una versión aumentada de las flamencas de Marín y junto a la que todo viajero se ha hecho foto. Pura quincallería ante la fuerza de lo imaginado. Imágenes e ideas nada inocentes que nos han venido envueltas -ay Bourdieu- con los rasgos de la ideología dominante, la etnia dominante, la clase dominante. Las princesas siempre eran rubias y de cabello liso, todo lo más ligeramente ondulado, como las niñas del colegio al que fui, clones de María Ostiz, por poner un modelo. Hay por las redes un vÍdeo de un experimento didáctico con niñas -no hay niños, no- norteamericanas a las que se muestran muñecas para que elijan, a modo de espejo, a quién se parecen y todas eligen el mismo modelo -sonrosadas bebés muy blancas- ya sean de tez clara, oscura o achinada. En Americanah, de Chimamanda Ngozi, la escritora nigeriana cuenta cómo cuando llegó a los EEUU perdió todos los perfiles de su identidad: la familia, los estudios, la religión o la ideología para pasar a ser única y exclusivamente una negra. Y lo escribo como ella lo escribe, aunque sé de la carga violenta de la palabra para los afroamericanos. Por eso el escándalo ante una versión fílmica de una Sirenita de tez oscura, me parece tan grave, aunque den ganas de tomárselo a chacota. Imponer un modelo supone borrar al resto. Anularlos. Como dice Malacara- mi analista en andaluz de cabecera- sólo nos faltaba que Gladiator no hablara inglés.

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