El "trovador" de lo cargante

Nada nos gustó del trovador de simpática estampa. Sentimos siempre muy ajena su monodia lírica y cofradiera

La muerte, como el célebre cartero de la película, siempre llama dos veces. El óbito de Pascual González ha coincidido casi en fecha y hora con el silente adiós de Benito Pulido, músico y adalid de Dulce Venganza, aquel grupo de pop-rock que, como Círculo Vicioso y algún otro, dieron su fluido propio y noctívago a la Sevilla ochentera de antes de la Expo 92 y del binomio Felipe González y Juan Carlos I. No estamos comparando la Sevilla eterna con la otra Sevilla de los disidentes. Simplemente han coincidido en fecha la llorada muerte de Pascual González y el luto sucinto por Benito Peinado, a quien solo José Miguel Carrasco recordaba ayer en este periódico.

Rogamos para que la luz perpetua acoja en su halo a Pascual González (su nombre llama de hecho a la resurrección). La ironía puede ser muy truculenta. De ahí que un cáncer de laringe haya apagado la voz de quien ha sido llamado, entre tanta agua de rosas, como el juglar, el trovador de Sevilla y, sobre todo, de ese cantón de la memoria popular que es el barrio de La Calzada (lo siento, pero nos negamos a llamarlo La Calzá).

Cuando uno pasa por los romanos caños de Carmona hacia San Benito y la otrora calle Oriente, se le viene al recuerdo la glosa al puente perdido y las sevillanas del penitente del Martes Santo (a la sazón Pascual González). Pero hasta ahí llegamos con su legado. Nada nos gustó del trovador de simpática estampa. Sentimos siempre muy ajena su monodia lírica y cofradiera. Sevilla reza cantando, La Pasión según Andalucía y Cristo, Pasión y Esperanza nos causó la misma pereza que el teatro pertinaz de Salvador Távora. Pronto dijimos no a las andaluzadas, a los cargantes arrebatos del sur, pese a que nacimos -o eso nos dicen- frente a los Jardines de Murillo y fuimos bautizados en la basílica de la Macarena.

Con Cantores de Híspalis las sevillanas alcanzaron su cenit por Andalucía y por las Españas de la democracia alegre. Pero uno asocia esas sevillanas estruendosas, las del "A bailar, a bailar…", con los momentos más subterráneos del ánimo bajo la estafa de la primera juventud (ay, esos shows de la tele de los sábados por la noche).

Sobre el ataúd de Pascual González se colocó la túnica del Señor de la Presentación de San Benito. Durante el sepelio, el párroco aludió en su homilía a San Agustín: "El que canta, reza dos veces". Añadió que la música eleva el espíritu y nos acerca a Dios. Siendo cierto, no todo el rebaño del Buen Pastor bala con el mismo dulzor. Dicho lo dicho, descanse en paz el que dicen que fue un buen hombre.

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