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Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La vergüenza de Sevilla

Pasamos en coche deseando que el semáforo no se ponga en rojo mientras sus vecinos siempre tienen el de sus vidas de ese color La pregunta clave de la reina Letizia en las Tres Mil Viviendas

Bloque del Polígono Sur.

Bloque del Polígono Sur. / Antonio Pizarro (Sevilla)

Han ido los reyes de España para evidenciar la situación de abandono, aquella mañana en la que Letizia lanzó la pregunta sonada: “¿No limpian si no venimos nosotros?”. Fue el estreno del arzobispo, que quiso arrancar el pontificado con una visita in situ. Han pasado los ministros, los alcaldes, los tenientes de alcalde con competencias en asuntos sociales, los titulares del comisionado del que forman parte las administraciones... Están presentes las parroquias, las hermandades, las asociaciones de vecinos, diversas congregaciones religiosas, fundaciones como Alalá... El mismísimo Señor del Gran Poder ha recorrido muchas de esas calles, ha pasado noches junto a sus vecinos, ha recogido sus oraciones y ha sido un aldabonazo en las conciencias. La Policía hace las redadas, disuelve conflictos, denuncia plantaciones ilegales de marihuana, detecta los abusos en las redes eléctricas y la insalubridad de muchos pisos, bastantes clausurados en bloques de los que directamente se pide su derribo. El papa Francisco definió el drama de los migrantes de Lesbos como la gran “vergüenza de Europa”. Fue un clamor que se oyó en todo el mundo hace ahora diez años. El informe que sitúa el Polígono Sur y Los Pajaritos entre los barrios más pobres de España es sencillamente una vergüenza para Sevilla.

La cultura del bienestar, la sociedad del confort, el carácter social del Estado, las teorías sobre los estándares de la calidad de vida... Nada ha logrado sacar a estos barrios de la parte baja de la clasificación más dura. No hemos pasado de medidas paliativas, ayudas bien organizadas para socorrer situaciones graves, algunos programas educativos para sacar al menos a un alumno en las pruebas de acceso a la Universidad y, por supuesto, muchas denuncias públicas. Pero no llega la solución definitiva. Convivimos con una vergüenza mientras tratamos de resolver como ciudad otros problemas de la vida cotidiana. Hay una Sevilla de las Tres Mil como la hay de los Pajaritos, una Sevilla de ventanas rotas que conocemos desde el coche deseando que el semáforo no se ponga en rojo, cuando en realidad siempre lo está para miles de vecinos de esas casas. Una Sevilla que se ve desde la distancia, se conoce por crónicas y titulares siempre en negativo y con la que estamos acostumbrados. La gran desgracia es que los dos barrios forman parte de la postal tradicional de la ciudad. O, si lo prefieren, la pobreza se ha cronificado en ellos. Tenemos seis distritos entre los quince con menor renta de España. Sitios donde es difícil hallar la Esperanza. La desgracia final sería dejar de denunciar la vergüenza. Y estamos a un paso de no sorprendernos ya de nada.

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