
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El español que más ha tratado a Francisco
El próximo viernes 16 de Mayo procesionarán por las calles de Roma el sevillano Cristo del Cachorro y la malagueña Virgen de la Esperanza. Junto a este acontecimiento histórico para las cofradías andaluzas, tendrán lugar ese mismo fin de semana en la Ciudad Eterna una serie de celebraciones religiosas en el anunciado por el Vaticano Jubileo de las Cofradías.
Indudablemente entre esos actos tendrán lugar misas y, sin duda, una principal presidida en el altar por el Sumo Pontífice, si Dios quiere y le da salud. Aunque pueda parecer irrelevante o anecdótico, yo le pediría al Santo Padre que en esa misa se usara vino andaluz en la Consagración. Sería un detalle significativo del Vaticano para uno de los más tradicionales productos vinícolas de la región que va a protagonizar los actos religiosos de ese fin de semana.
El monte Testaccio de Roma es una de sus famosas colinas pero, en este caso, artificial, formada a partir de los restos de unos 25 millones de ánforas de terracota que llegaban al puerto de Roma llenas de aceite de oliva y vino procedente de la Bética. La relación del vino hispano con el Imperio fue intensa y constante desde la llegada de los latinos a la península ibérica, donde se conocía el fruto de la vid desde que nos lo legaron los fenicios, hace ya hoy día unos tres mil años.
Desde el sur peninsular, los gaditanos enviaban a Roma en ánforas de barro, el aceite de oliva, los preparados de pescado (garum) y, por supuesto, vino. También se cultivaron los viñedos de las comarcas más meridionales de la actual provincia de Córdoba, lo que son los vinos de Montilla-Moriles. Vasijas que irían elevando esa colina en el foro del Trastevere de Roma. Las típicas ánforas con su base picuda, se idearon así para poder ser semienterradas verticalmente, con lo que se mantenía el vino fresco y se propiciaba la decantación de las partículas sólidas en suspensión. Malvasía y Moscatel eran las uvas reinas de la Bética.
Hoy en día, las bodegas andaluzas en general, salvo alguna bodega de vinos generosos jerezana, y las sevillanas muy en particular, no se caracterizan precisamente por desarrollar muy buenas políticas de comunicación. Más allá de alguna tímida iniciativa en redes, llevadas casi todas de manera semiprofesional, lo suele hacer el mismo bodeguero o algún allegado, la promoción, el marketing, la comunicación en general, es bastante susceptible de mejora en la mayoría de los casos. Así que la posible utilización en las consagraciones de esas jornadas de nuestros vinos, sería una excelente excusa para realizar una modesta campaña de difusión de los vinos andaluces.
En cuanto a esa difusión, el caso sevillano es muy significativo ya que, a pesar de la existencia de una Asociación de Productores de Vinos y Licores provincial, suelen limitar sus actuaciones a ir de la mano de la Diputación Provincial en las promociones que esta monta en algunos foros nacionales y ferias locales, además del tradicional concurso anual para premiar a numerosos vinos y licores de la zona. Esperemos que la autodenominada Academia Sevillana de Gastronomía y Turismo, que este año lo dedicará al vino sevillano, ponga su granito de arena para la difusión y conocimiento de las bodegas locales que, en la mayoría de los casos, están realizando una encomiable labor en la elaboración de vinos de calidad.
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