Es tan simple como esto, hemos perdido los papeles. El concepto que siempre hemos tenido de la moralidad, de las buenas costumbres, del respeto a los mayores, de la delicadeza en el trato hacia la mujer, en definitiva, lo que aprendimos como reglas básicas de la urbanidad más elemental, se está tirando a la papelera como algo inservible y pasado de moda. La sociedad observa con el natural asombro, cómo la violencia de género se ha convertido ya en una cotidiana tragedia, cuyos efectos más nocivos repercuten de forma generalizada en las relaciones hombre-mujer, que cada día están más deterioradas.

El extremismo feminista, en su lógico afán defensivo, mete en el mismo saco a todo el género masculino, haciendo tabla rasa de lo bueno y positivo que tiene una saludable relación. En aras de una pretendida igualdad de sexos, se está soslayando cualquier diferencia que la misma naturaleza impone. Somos conscientes de que existen en el mundo grandes y poderosos lobbies, que son los que pretenden imponer en la sociedad del siglo XXI nuevos conceptos morales a los que debemos atenernos, al haberse integrado en la misma colectivos que antes estaban marginados.