En tiempos no tan lejanos, la mayoría de españoles teníamos convicciones muy sencillas. Como que lo primordial respecto a los delincuentes era que cumpliesen unas penas acordes con la gravedad de sus delitos, y las víctimas eran quienes merecían nuestras mejores atenciones.

O que a los inmigrantes les podíamos exigir los mismos papeles que les exigían a los nuestros en el extranjero; y en el caso de que apareciesen sin causa grave menores de edad en nuestro suelo, lo mejor para ellos era devolverles a su país con sus familiares. O que si una mujer denunciaba por maltrato a un hombre, tenía que probar la acusación, sin presumir que todo hombre maltrataba a la mujer.

Tiempos en que, si te gustaban los toros y la caza, podías ir a los toros y a cazar sin que por ello te llamasen asesino; duro término que se aproximaba más a quienes mataban a sus hijos antes de nacer. Tiempos en que no nos interesaba lo que sexualmente hiciera cada cual en su intimidad, mientras ello no nos obligase a aplaudirles. Tiempos raros en que no era problema dónde habías nacido, pues nos unía el ser españoles por encima de cualquier diferencia.

Convicciones todas muy sencillas, pero que si hoy defiendes, suelen tacharte de facha, de rancio o de populista. Porque también las palabras tenían un significado diferente al actual. 

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