Ante todo, mi más profundo y admirado respeto por todo el personal sanitario que lleva dos meses enfrentándose a una situación inhóspita sin las protecciones mínimas indispensables. Hoy iba a ser un día alegre para mí, el primer día que salía a tomar una cerveza después de dos meses sin hacerlo. Para ello elegí la terraza donde me tomé la última antes de entrar en este estado de excepción encubierto, con tres mesas distantes una de otra, más del espacio establecido por la nueva normalidad.

El momento era sublime, hasta que llegó una pareja de nuestras fuerzas de seguridad locales increpando al dueño del local por la existencia de un elemento de más en la terraza. Dicho dueño del local, como todos los hosteleros, lleva dos meses sin ingresar un euro mientras recibe una ayuda de 800 que no vale ni para el alquiler del local.

Éste, en concreto, se ha tenido que endeudar en 18.000 para poder seguir manteniendo su actual negocio, y van dos señores agentes recriminándole el tener una mesa más de lo debido. Después de la visita de la autoridad el dueño del local ha retirado la mesa en cuestión, pero una hora después se presentaron dos coches de la Policía Nacional con sus cuatro agentes, más otros dos coches de la Policía Local con otros cuatro agentes. Les preguntamos a dichos agentes a que venía dicho despliegue, pues veíamos el abuso de poder que se estaba ejerciendo en ese momento, y la contestación de uno de ellos fue que estaban velando por nuestra seguridad. No voy a comentar lo que pasó por mi mente. Entiendo que paseando por Sevilla veamos un 30% de los bares abiertos, porque hoy en día ser hostelero es de valientes. Yo me pregunto: a vosotros, ¿quién os aplaude?