Foujita frente a John Ford

Foujita frente a John Ford

Los totalitarismos europeos del pasado siglo sabían de la importancia del cine –el arte de su época, como decía Rafael Alberti de la suya, que era la misma– y de su impacto en la opinión, de modo que se entregaron a su empleo. Desde la alemana Leni Riefenstahl a los soviéticos Eisenstein, Dziga Vertov o Pudovkin, pasando por los italianos que desfilaron por Cinecittà para aplicar aquello de “la Cinematografía è l’arma più forte”, que decía Mussolini, todos emplearon sus cámaras para cantar al poder. Una inclinación que en los días de la guerra mundial se enfocó todavía más a las tareas de propaganda bélica, al igual que hicieron Gran Bretaña y sobre todo la patria del cine, Estados Unidos. No fue este el caso de Japón, otro miembro del Eje, cuyas preferencias en la propaganda de guerra para difundir sus éxitos militares fueron más tradicionales al optar por la pintura y la ilustración gráfica antes que por el cine. Una opción indicadora del carácter tradicional del Japón, que contrasta con la modernidad que estaba en el fascismo y el comunismo.

No deja ser revelador de este asunto lo sucedido en la batalla de Midway, en junio de 1942, cuando la flota japonesa se dispuso a dar el golpe definitivo al dominio estadounidense en el Pacífico. El objetivo era ocupar una diminuta isla perdida en el océano, que permitiría a Japón consolidar su expansión y amenazar Hawái. Para cantar las glorias de la que se imaginaba iba a ser una victoria decisiva, los japoneses recurrieron a un habitual de la propaganda, un artista prestigioso que ya había pintado los éxitos militares en China, acompañando al ejército. Se trataba de Tsuguharu Fujita, conocido internacionalmente como Foujita. Hijo de un general y samurái, nació en Tokio en 1886, y pronto, ya convertido en artista, se contagia a distancia del virus parisino, donde se instala en 1913. Convertido en uno más entre los motparnó, en París frecuenta a los artistas más importantes de los años de entreguerras, logrando destacar pronto, incluso en América. Su pintura –figurativa, original y renovadora– combinó la tradición y la modernidad japonesa con el eclecticismo de la escuela de París y la Nueva Objetividad. Foujita, viajero por América y parisino de vocación, nunca perdió el contacto con Japón, donde volvió con frecuencia, hasta que en 1938 regresa para ponerse al servicio de la Marina Imperial y pintar sus victorias, algo que siempre resulta fácil.

No es extraño que en 1942, al zarpar la flota del puerto de Hiroshima, Foujita viajara en ella para recoger los éxitos de la campaña. Hoy sabemos que lo sucedido en Midway fue una derrota tremenda de la armada japonesa, que supuso el cambio el sino de la guerra. Pero también sabemos que al sobrevivir Foujita, testigo de los hechos, seguramente no embarcó en ninguno de los cuatro portaviones hundidos por los americanos, sino en alguno de los navíos de escolta. Desde allí pudo contemplar cómo desaparecían los buques más destacados de la flota y con ellos la posibilidad de una victoria. A partir de ese momento, a Foujita le correspondería la ingrata tarea de ilustrar con sus pinceles las derrotas como si fueran triunfos. Al acabar la guerra no tuvo ningún problema con los vencedores, pues en 1949 viajó a Estados Unidos antes de instalarse en París, esta vez definitivamente, alejado de su pasado de patriota japonés. En 1954 vino a España donde hizo exposiciones de éxito y retrató, entre otros, a personajes destacados como Conchita Montes. Luego, languideció, se convirtió al catolicismo y murió en 1968, pero sin dejar de ser un artista de referencia.

Cinco años le sobrevivió el director de cine John Ford, quien estuvo al otro lado de la colina, en la isla de Midway, para filmar la batalla con la misma intención que pintaba Foujita a bordo de un barco de la flota del almirante Nagumo. Consciente del lugar esencial que podía tener el cine en la propaganda de guerra, la Oficina de Servicios Estratégicos envió al frente a los directores de Hollywood que contribuyeron con su genio al esfuerzo de guerra. A John Ford, director ya consagrado con obras maestras como La diligencia, o Las uvas de la ira, le asignaron la isla de Midway, en trance de ser atacada por Japón, donde acudió con su equipo. La película rodada por Ford en primera línea, bajo el bombardeo japonés, es una combinación de documental y de cine bélico que tuvo enorme éxito al ser proyectada en los cines del país. Sus imágenes en color, cercanas y reales, rodadas en directo, la noticia de que el propio Ford había sido herido en un brazo, la victoria alcanzada por la flota americana… Todo llevó al éxito a la película y a la confirmación del papel esencial que la nueva guerra reservaba al nuevo arte. En Midway la modernidad americana se impuso a la tradición japonesa, y el cine, consolidado como el nuevo arte del siglo, se confirmó como la nueva arma de la propaganda, mientras la pintura de guerra desaparecía con los portaviones japoneses.

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