La tribuna
Cristianismo: un enfoque pragmático
Queremos la soberanía absoluta con la responsabilidad máxima; nuestros problemas económicos, nuestros problemas sociales, nuestros problemas nacionales, nuestros problemas urbanos, culturales, técnicos, políticos; todos nuestros problemas, los queremos para nosotros”. Son palabras rotundas de Blas Infante. Para tratar de resolver todos nuestros problemas y asumir todas las responsabilidades respecto a ellos, necesitaríamos ejercer la soberanía máxima. También escribió esta otra, que puede leerse en el monumento a él dedicado en el lugar donde cayó abatido por las balas del odio, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1936: Andalucía es “una realidad distinta y completa, una unidad espiritual viva, consciente y libre”, y por ello ha de cumplir el ideal (el objetivo) de su propia liberación como Pueblo. ¿Cuántas de las instituciones, partidos (de derecha y de izquierda) y otras organizaciones que este 4 de diciembre o en los días precedentes van a revestirse con la bandera verde, blanca y verde que Infante y sus andalucistas históricos aprobaron como bandera nacional de Andalucía en la Asamblea de Ronda de 1918 suscribirían las afirmaciones anteriores?
La respuesta es sencilla: muy pocos de ellos. Verdiblanquearse en torno al 4 de Diciembre o/y al 28 de Febrero –las dos fechas más importantes de nuestra historia contemporánea– resulta barato y políticamente rentable, por más que sea, en la mayoría de los casos, un ejercicio de postureo o de hipocresía. Le resultó muy productivo al PSOE para ocupar durante ¡37 años! el Gobierno de la Junta, viviendo de las rentas de la etapa inicial de esta, cuando Rafael Escuredo, su primer presidente, se declaró andalucista, adoptó los símbolos y logró introducir el relato de que había sido el PSOE el protagonista de una autonomía teóricamente de primer nivel (aunque ello no impidiera ser defenestrado cuando quienes mandaban en su partido consideraron que podía ser sincero).
El verdiblanqueamiento, reflejado también en la adopción de la “A” de Andalucía como agregado a sus siglas y el uso en momentos puntuales de la arbonaida, también les resultó rentable a los partidos a la izquierda del pesocialista, especialmente al PCE, que pronto pasó aquí a denominarse PCA para luego, en el juego de las sucesivas matriuscas creadas para no competir electoralmente con esas siglas, utilizar siempre la palabra Andalucía, vaciada, eso sí, de contenido político. Así, el rótulo “Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía” fue el creado por Anguita cuando quiso reflotar el partido y ampliar su esfera de influencia; rótulo que se mantuvo durante años a pesar de que, desde un principio, su segunda parte no tuvo reflejo alguno en la teoría ni en la práctica políticas de la organización. Así, también, el nombre de “Por Andalucía” que tiene hoy su minigrupo en el Parlamento andaluz, aunque en realidad se trate de una inestable confluencia entre Sumar y Podemos, plenamente dependiente de las directrices de sus centrales madrileñas.
Y desde que pisó el Palacio de San Telmo, el PP de Moreno Bonilla también se declaró andalucista (aunque a veces matice este sustantivo con adjetivos como “moderno” u otros semejantes) y comenzó a utilizar la verdiblanca en los actos oficiales e incluso en los del propio partido, cosa que nunca había hecho antes. La institucionalización del 4 de Diciembre como “Día de la Bandera” fue un paso más en esta dirección. El PP “andaluz” ha aprendido mucho –en este y otros terrenos– del PSOE “de Andalucía” y trata de hacer suyo el 4D, abandonado desde hace ya tiempo por este como referente en favor del 28F.
A decir verdad, la celebración del 4D solo se mantuvo como Día (Nacional) de Andalucía, durante décadas, por parte de los sectores minoritarios soberanistas cuyo referente continúa siendo el andalucismo infantiano: el soberanismo, claramente reflejado en las dos frases con las que se encabeza este artículo, que Infante desarrolló desde su libro inicial, Ideal Andaluz, publicado en 1915, hasta su asesinato. Soberanismo que tanto él como sus compañeros del Centro Andaluz y luego de la Junta Liberalista adoptaron teniendo como referencia el proyecto de constitución para Andalucía que habían elaborado los republicanos (con)federales andaluces del último tercio del siglo XIX. Proyecto en cuyo artículo primero se define a Andalucía como “soberana y autónoma”, como “democracia republicana cuyo poder no proviene de ninguna instancia exterior a ella misma”.
Si estos andalucistas históricos levantaran la cabeza y vieran estos días las banderas verdiblancas en manos de quienes no aceptan que Andalucía sea un pueblo con pleno derecho a autogobernarse, y leyeran algunas pancartas con la palabra soberanía portadas por quienes son meros delegados de partidos centralistas, podrían creer que habían resucitado en medio de un carnaval prenavideño. Y no les faltaría razón.
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