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Tribuna

jAVIER gONZÁLEZ-cOTTA

Escritor y periodista

La paisana Eva Hache

No existe en este programa vocación alguna por el aprendizaje y la sana divulgación. Sólo hay frivolidad y compasión diluida con falso humor destilado

La paisana Eva Hache La paisana Eva Hache

La paisana Eva Hache / rosell

No hay medio que pervierta más el aprendizaje por medio de la falsa divulgación que la televisión. Ocurría con el anterior programa El paisano de TVE. Ahora, como muestra de la necedad de género, la cadena pública continúa devaluando el conocimiento de los pueblos de España con La paisana, que se emite en esa franja perversa a la que llaman prime time, justo cuando los cerebros del personal se cuecen como huevos duros al baño María.

Hablo de necedad de género porque la exigible igualdad entre hombres y mujeres no para de producir decisiones sonrojantes. La jefa de programas de TVE, Toñi Prieto, ha dicho que tras el éxito de la emisión de El paisano en versión testicular se necesitaba ahora de una mujer (de paso ha metido en la nevera otra serie ya grabada con el supuesto humorista Edu Soto). Esta idea televisiva resulta ser una colaboración entre TVE y Brutal Media, un nombre que seguro hará reír bajo su máscara mortuoria a Gutiérrez Solana, notario y grabador de La España negra.

Alguna que otra noche, zapeando de canal en canal, tuvimos que padecer El paisano. El actor Pablo Chiapella aparecía a modo de presentación diciendo: "Vosotros ya me conocéis a mí. Pues ahora me toca a mí conoceros a vosotros". Y, tras el saludo, pues ahí que salía a trasegar por el terruño de España, por pueblos escasamente habitados, como los que señalan la ya célebre calva de la España vacía o vaciada.

Chiapella, de oficio monologuista, daba por sentado que todos lo conocíamos a él. Pero uno jamás ha tenido idea alguna de quién era este hombre supuestamente famoso. Tampoco es que supiéramos nada del frustrado paisano que ahora habita en la nevera de España, el tal Edu Soto. Pero de la nueva paisana, Eva Hache, sí que la conocíamos bien, pese a nuestra aversión por el monologuismo, ese supuesto humor hecho a base de cháchara de cáscara y diarrea jocosa.

No existe en este programa vocación alguna por el aprendizaje y la sana divulgación. Sólo hay frivolidad y compasión diluida con falso humor destilado. Eva Hache trasiega ahora por la España de los pueblos cuya toponimia pareciera hecha de caña, barro y hierro dulce: Calaceite (Teruel), Elciego (Álava), Alfoz de Lloredo (Cantabria). El programa suele acabar con el pueblo metido en una especie de plató, donde la paisana monologa y recuerda pasajes supuestamente memorables acerca de sus andanzas en el lugar de turno. Y los lugareños, reunidos en divertida asamblea, asisten entretenidos a los momento estelares del rodaje. Al final todos se congratulan al verse retratados como gente afanosa y campechana. Me pregunto si no habrá algún que otro paisano o paisana que renuncie al show de la tele por vergüenza ajena o por lealtad a la vieja memoria que labraron sus mayores.

Paisajes y paisanajes. Uno recuerda sus lecturas de autores olvidados, errabundos de su tiempo. Algunos de ellos trazaron el camino de herradura de la España mostrenca, como Ramón Carnicer o Antonio Ferres. También lo hicieron otros como Juan Goytisolo, de quien conocimos los desvalidos secarrales de Níjar. Apuntes de otro tono tomó el divertido Edgar Neville, narrando su periplo en Mi España particular. Ahora que se ha estrenado la película sobre Miguel de Unamuno, bueno sería recordar el hermoso y vívido aguafuerte español que éste trazó en sus Paisajes del alma. Podrá servir como restitución al pensador tan penosamente tratado en la cinta de Amenábar.

Quiere el falso azar que, justo a la hora del telediario del mediodía, La 2 esté emitiendo los programas que José Antonio Labordeta rodó para la serie Un país en la mochila. Hace unos años todo el mundo alababa esta serie en la que se mostraba la faz de España a través de su paisaje nutricio, de la urdimbre de sus gentes. Cierto es que Labordeta nos dio la murga alguna que otra vez con sus canciones baturras. Pero prueben a comparar su ruta a pie por la España honda y montaraz de aquella hora suya con el retrato que el paisano y la paisana hacen hoy de los pueblos que visitan. A decir verdad la culpa no sólo la tienen TVE o Brutal Media. También la tiene el pueblo que somos, sea el que sea, aparezcamos o no en la serie.

Nadie está proponiendo aquí programas grises o tristones sobre la hondura de nuestra España secular. Uno recuerda también aquellos sonidos extintos con los que se iniciaba el programa Raíces, que mostraba la etnografía del país y nos llenaba a los que éramos niños de cierto miedo cerval por lo desconocido. Por supuesto, puestos a elegir, querríamos que Raíces nos sobresaltara hoy en prime time. Querríamos, al fin y al cabo, que nos mostrasen los oficios perdidos, entre ellos el de contar historias por pueblos y caminos a través de un buen guión. Nada que ver con tanto charlista y tanta charlista. Quiere decirse el paisano y, ahora, la dichosa paisana.

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