Rafa Almarcha | Músico

“No pretendo gustarle a todo el mundo”

  • Productor, compositor, intérprete... el alma mater de Siempre Así vuelve al ruedo con un disco en solitario, personal e intransferible: ‘Ha nacido un nuevo sol’

Rafa Almarcha, durante la entrevista.

Rafa Almarcha, durante la entrevista. / Juan Carlos Muñoz

Rafa Almarcha (Sevilla, 1968) nos recibe en su domicilio, una casa del siglo XVIII, en Triana, cuyo bajo está reservado a sus guitarras, su piano Ibach y una bota de oloroso del que entrevistado y entrevistador dan buena cuenta. Criado en Los Remedios, bala perdida del Instituto Bécquer y joven prodigio del Coro de Triana, el que es el alma mater del grupo Siempre Así lo ha hecho casi todo en el mundo de la música: componer, cantar, producir... Hombre sin trampa ni cartón, a Rafa Almarcha se le nota a distancia que tiene la virtud machadiana de ser buena gente en el buen sentido de la palabra. También que es listo como un conejo y emprendedor incansable. A este músico que quiere estudiar solfeo cuando se jubile, se le puede considerar como el inventor de un exitoso estilo que mezcla la canción ligera con el espíritu entre fiestero, íntimo y sentimental de una noche en el camino del Rocío. Sus éxitos son rotundos e incontestables. Para atestiguarlo ahí están los tres discos de platino doble y cuatro de oro. Temas como ‘A mi manera’, ‘Si los hombres han llegado hasta la luna’ o ‘Alguien’ han sido tarareados por varias generaciones. Uno de sus pequeños vicios es coleccionar arte contemporáneo, en el que le ha introducido su mujer, la pintora Ana S. Valderrábanos. Acaba de sacar un disco en solitario, ‘Ha nacido un nuevo sol’, en el que nos muestra su voz más personal.

–Sevillano, supongo.

–Sí, mi padre de San Lorenzo y mi madre de Santa Cruz. Yo me crié en Los Remedios, en Virgen de la Antigua, con mi abuela. De allí salí para casarme. Antes viví un par de años en Villafranco del Guadalquivir, hoy Isla Mayor, donde destinaron a una tía mía maestra. Me iba muy mal en los Padres Blancos y me mandaron allí para que mi tía me controlase. Sacaba ocho cates y un diez en música.

–En Isla Mayor es donde ha grabado el vídeo de su nuevo disco en solitario, ‘Ha nacido un nuevo sol’.

–Mantengo lazos sentimentales importantes con el pueblo. Estuve viviendo allí un par de años, el segundo de ellos matriculado en el Instituto de Coria del Río. Allí me dio clases de dibujo Fausto Velázquez. Después volví a Sevilla, al instituto Bécquer, donde me encontré con lo mejor de cada casa…

–¿Ya tenía interés por la música?

–En clase de matemáticas me dedicaba a escribir canciones… Así me fue. Además, con catorce años ya dirigía el coro del colegio Santa Ana.

Fue en el estudio de grabación Alta Frecuencia donde me di cuenta definitivamente de que la música era lo mío

–¿Pero la música le viene de casta?

–No, pero mi padre era un gran aficionado al flamenco. Muy caracolero, siempre cantaba por Caracol y venía, incluso, gente a mi casa a escucharlo. Era íntimo del Lebrijano, del Mono de Jerez… En su casa de Castilleja de la Cuesta yo he visto a Manuela Vargas, Turronero… Para mí el flamenco siempre ha sido algo natural.

–¿Nunca estudió música?

–Con unos diez años estuve en el conservatorio, pero apenas aprendí, porque el método era aburridísimo. Entiendo más o menos una partitura, pero yo toco de oído. Uno de mis proyectos para cuando me jubile, algo que nunca haré, es estudiar solfeo y armonía.

–¿Y el Bécquer?

–Allí hice amistad con Pepe Romero, el pianista, el cantautor Manux Díaz… gentes de diferentes vidas y orígenes que me aportaron mucho.

–Fueron también los años en los que entró en el Coro de Triana.

–Para mí aquello fue importantísimo. Fue determinante encontrarme con Gualberto, que entonces era el director.

–¿Gualberto el de los Smash?

–Sí, el mítico Gualberto, el padre del rock andaluz. Me echó cuenta y descubrió en mí ciertas cualidades que a él le llamaban la atención. Me hizo un sitio, algo que me dio mucha confianza. Era el final de los ochenta, el gran momento de los coros rocieros, y el álbum Triana te canta había sido disco de oro. A Gualberto le llamó la atención mi forma de componer, porque rompía un poco con los cánones. Fue él quien incluyó algunas de mis canciones en el repertorio y los discos del Coro de Triana, incluso con algunas opiniones en contra. Yo era un niño, pero él defendió mi música con convencimiento. Con él fue cuando me metí por primera vez en un estudio de grabación, en Alta Frecuencia, en la calle Goles. Fue allí donde me di cuenta definitivamente de que aquello era lo mío..

–Es evidente que el Rocío es para usted algo importante.

–Ha sido un pozo de inspiración sin fondo: la naturaleza, la fiesta, los amigos, la devoción a la Virgen...

Una de las claves de Siempre Así es la naturalidad y que lo que la gente ve es de verdad

-¿Con quién más se encontró en el Coro de Triana?

-Con mis amigos de lo que luego sería Siempre Así: Nacho Sabater, Ángel Rivas, Paola Prieto, Matilde Carnerero, Mayte Parejo, Sandra Barón… El Coro era un ambiente maravilloso y allí aprendimos cosas más importantes que cantar, valores cristianos de los que estamos muy orgullosos, porque han enriquecido nuestras vidas. La de los dieciséis años era una edad muy jodida, en la que podías acabar en la heroína, como le ocurrió a algún amigo que desgraciadamente ya no está, pero nosotros estábamos cantando en residencias de ancianos. Estaré eternamente agradecido al Coro de Triana.

–¿Cuándo da el salto profesional a la música?

–Cuando acabó la etapa del coro le dije a mi padre que quería ser músico, con el consiguiente disgusto. Fue entonces cuando el realizador y guionista Joserra Halcón me propuso algo así como la dirección musical de Vamos a jugar, un programa infantil de Canal Sur. Aquello funcionó, empecé a ganar un sueldo que, algunos meses, era superior al de mi padre.

-–¿Y Siempre Así?

–Después de salir del coro seguíamos viéndonos en bares como la Joyanca, el Trabuco… todos esos sitios donde había flamenco. También hacíamos BBC (bodas, bautizos y comuniones), actuaciones en la Feria… Yo ahorré el dinero y se me ocurrió montar un grupo que no fuese ni un coro rociero ni uno de sevillanas a la vieja usanza, como Los Marismeños o Los Romeros de la Puebla. Decidimos no vestirnos ni de corto ni de chaqueta y corbata, y buscar un nombre diferente. Incluso alguno llegó a proponer el de “No somos un coro”. Queríamos diferenciarnos, porque en esos tiempos el boom de las sevillanas era brutal y se sacaban al año 300 discos, con Cantores de Híspalis, María del Monte… En un momento dado se me ocurrió el de Siempre Así, para dejar claro que hacíamos un pacto de sangre, que ganásemos o no dinero, que pasase lo que pasase, siempre íbamos a seguir siendo los mismos. Queríamos una estética cercana a la gente, que el que nos viera pensase que podía ser uno de nosotros. Eso, entonces, era novedosísimo. También buscábamos un sonido casi naif, guitarra, pandereta, cajón y una flauta, nada de esos arreglos que se hacían entonces de trompetas. Ese sonido caló en la gente.

–Son ya muchos años en la brecha.

–El año que viene haremos treinta. Lo celebraremos con una gira importante. Ya la estamos cerrando.

–Su triunfo en Sevilla u otras provincias andaluzas era más o menos lógico. Pero lo que me sorprende, al menos a mí, es que se ha extendido a toda España e, incluso, ha cruzado el charco.

–El fin de semana pasado cantamos en Vigo. Tenía que ver a todos los gallegos bailando como locos. Siempre Así es una música universal, aunque tiene raíz andaluza, su pizca de flamenco y, por supuesto, nuestro acento. Hemos ido muchísimo a América. A Ecuador hemos viajado diez veces, incluso una vez actuamos con la Orquesta Sinfónica del país; en Colombia hemos llenado las plazas de toros de Bogotá y Medellín... En México…

Siempre Así es una música universal, aunque con su pizca de flamenco y, por supuesto, nuestro acento

–Sinceramente, ¿os aguantáis todavía? Son muchos años y muchos kilómetros…

–Sí, lo contrario no tendría sentido. Ha habido veces que hemos llegado de una gira de ocho días y hemos quedado por la noche para tomar una tapa. El grupo te da una vida de privilegiado, te permite tener muchas experiencias, escuchar a gente enferma que nos dice que se vienen arriba cuando nos escuchan, parejas que se conocieron con nuestra música... En el escenario, el contacto con el público es lo máximo. Ver a tanta gente que ha pagado mucho dinero por escucharte…

–¿Alguna plaza que no se os haya dado bien?

–Nunca hemos tocado en San Sebastián. En Bilbao, sin embargo, hemos triunfado.

–También fue propietario de un sello discográfico, Discos de Arte.

–Yo llevaba la parte musical y Gonzalo Alba la administrativa y comunicación.

–Terminó siendo absorbido por un grande, ¿no?

–Por la multinacional Sony/BMG, cuando vino la gran crisis discográfica. Ya no teníamos capacidad para mantenerlo. Antes, el disco físico se vendía muy bien y dejaba mucho dinero, pero en el momento en que empezaron el top manta y el tema digital no podíamos mantener el negocio. Con Discos de Arte tuvimos éxitos muy importantes. Todos los álbumes de Siempre Así fueron multiplatino y Los Centellas, nos encargamos de lanzar, fue una bomba. Nos fuimos a tiempo. De lo contrario nos hubiésemos arruinados.

–Y de qué viven hoy las discográficas.

–De algo que empezamos a hacer nosotros en Discos de Arte y nos ponían verde: unir la producción del disco al management. Hoy en día los sellos viven de las galas y de las editoriales musicales.

–¿Qué es una editorial musical?

–Entidades que, a cambio de un porcentaje de los derechos de autor, mueven tus canciones en las radios, eventos, televisiones…

–En general, ¿cómo os han venido las nuevas tecnologías?

–Fue algo tan rotundo e incontestable que no podías oponerte. Lo contrario hubiese sido suicida. Lo vimos como una oportunidad. Antes, vivíamos sobre todo de la Administración, de los conciertos que nos contrataban los ayuntamientos. Con la crisis eso se vino abajo, algo que coincidió con la llegada de las redes sociales. Intenté aprender rápido, porque está muy bien eso de que puedas colgar un vídeo de tus canciones en Argentina dándole a un botón, sin tener que pasar por nadie, sobre todo por algunas empresas que antes tenían un monopolio brutal, a las que tenías que ceder parte de tus derechos de autor para que te pusiesen en la radio. Todavía lo estoy pagando.

En mi nuevo disco he tenido la suerte de contar con Álvaro Gandul, director musical de Rozalén

–Violeta Hernández, una amiga productora y creativa, me contaba hace poco en estas páginas las exigencias de los artistas en los camerinos. ¿Siempre Así pide algún capricho?

–Para nada, si acaso un picoteo después del concierto. Algunas veces un Red Bull cuando venimos reventados… poco más. Una de nuestras claves es la naturalidad, y que lo que ve la gente es verdad.

–Ahora saca un disco en solitario, ‘Ha nacido un nuevo sol’, ¿Es el primero?

–Es el segundo, el primero fue un disco de juventud que saqué con unos 23 años...

–¿Por qué se sonríe?

–Porque, aunque le tengo mucho cariño, reconozco que es un disco con mucha inocencia. Me quería comer el mundo.

–¿Y por qué no continuó?

–Porque era el momento en que Siempre Así se disparó y era un tren en el que había que montarse. Decidí dejar mi carrera en solitario, algo que nunca me ha pesado. Estoy muy agradecido a Siempre Así y a todo lo que hemos logrado. Sobre todo que hemos llegado a varias generaciones. Si va a un concierto nuestro verá que hay gente de todas las edades, muchos de la de mis hijos, de entre 20 y 30 años. Ese es el tesoro más grande que tenemos, el que hace que permanezcamos vivos.

–¿Y por qué ahora un disco en solitario?

–Sobre todo por la pandemia, que para a mí, como para tanta gente, ha supuesto un bofetón de realidad. El disco es en solitario porque son canciones muy personales, que hablan de mi vida, mi familia, y sólo tiene sentido que las cante yo.

–¿Cómo pasó el confinamiento?

–Me refugié en mi guitarra y en mis canciones. Hice algo que no tenía, un inventario de mis composiciones. Me salieron cerca de 200. Fue duro, porque veníamos de la gira de 2019, la que hicimos con la Sinfónica, que fueron cerca de 60 conciertos. El 14 de febrero de 2020 petamos Fibes y fue nuestro último concierto.

–Pero cuentan que convirtieron la calle Castilla en una fiesta.

–Jorge Cadaval, que vive ahí enfrente, me animó para que sacase la guitarra a la hora de los aplausos. Había que animar a la gente mayor de la calle, muchos de los cuales estaban solos y con miedo. Yo cantaba Juntos, una canción que venía al pelo y que terminó entonando todo el barrio. A la fiesta se unió la soprano Ruth Rosique y su marido, el violinista Eric Crambes. Y más gente... Fueron 52 días seguidos. Los viejos de la calle nos dijeron que le recordaba al antiguo espíritu de solidaridad y convivencia de Triana, el de los corrales de vecinos. Montamos un grupo de whatsapp que se llama Balcones de Castilla.

–¿Cómo se lleva con la crítica?

–Bien... me río... no pretendo gustarle a todo el mundo.

–Aunque usted suele producir, en este disco se ha buscado a otra persona.

–No me quería autopoducir el disco, porque autoevaluarte y autodirigirte es dificilísimo. He tenido la suerte de que lo haga Álvaro Gandul, que es el director musical de Rozalén. Él conocía mi repertorio y me animó a hacer el disco. Lo he disfrutado muchísimo. Cuando nos pusimos a vestir las canciones yo le sugerí que tirásemos de gente joven que trajeran un soplo fresco. Hemos contado con un músico sevillano de jazz contemporáneo que ha estado mucho tiempo formándose en Londres, Javi Cobreros Coopersmith. También con una chica de Málaga, pianista y cantante, que se llama Mayte González, Julia Halcón, Manuel Posada Popo... Importante ha sido la participación del batería Dani Galiano.  Estoy muy contento con el trabajo, porque le hemos hecho guiños a todos los músicos que nos gustan: Norah Jones, los Beatles, Antonio Carlos Jombin...

–También aprovecha para hacer un homenaje a una de sus grandes pasiones, el arte.

–Sí, en unas semanas, saldrá un libro con las letras del disco que estará ilustrado por el pintor Manuel León, con el que me une una gran amistad. También contará con fotos de Celia Macías.

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