Real Betis | La crónica del adiós de Joaquín

Joaquín Sánchez, la última verónica del ídolo eterno

Joaquín regala su penúltima sonrisa sobre la hierba mientras es manteado.

Joaquín regala su penúltima sonrisa sobre la hierba mientras es manteado. / Antonio Pizarro

El 3 de septiembre del año 2000, un jovencísimo extremo de 19 años, de pelo rubio cortado al cepillo, zanquilargo, de toque fino y mirada salida de los potreros jugaba su primer partido con el Betis, su Betis, ante 3.180 espectadores en el Multiusos de San Lázaro, Santiago de Compostela. Pasó de puntillas esa tarde. Como todo el equipo. “Un punto, menos da una piedra”, tituló el cronista de Diario de Sevilla, Luis Carlos Peris nada menos. “A los 25 minutos, el portero Rafa le gana un mano a mano a Oli tras un buen servicio de Joaquín”, redactó. Fue su primer destello de miles. A los 60 minutos lo relevó el compañero que luego levantó la Copa del Rey de 2005, Juan José Cañas. La primera de las dos que el genio portuense conquistó con las trece barras en el corazón. Casi 23 años después de aquella gris tarde junto a Santiago Apóstol, nuestro protagonista colgó las botas ante algo más de público, concretamente 59.621. Los que lo despidieron en el Benito Villamarín. Desde la distancia, lo despidió todo el fútbol español.

“¿Joaquín va a desaparecer de nuestras vidas? ¡Es imposible!”, proclamaba la mairenera Eva González, presentadora del evento en el escenario, al inicio de todo. El verde de la esperanza parecía refulgir más que nunca en los imponentes tres anillos que testimoniaban un matrimonio eterno, el del homenajeado con un club que ya siempre va a proclamar con orgullo que este irrepetible futbolista fue, es y será siempre suyo y que su modo tan festivo de enaltecer este juego se va a identificar siempre con dos colores, el verde y el blanco. Cómo va a desaparecer de las vidas béticas alguien capaz de hacer una raya en el agua. Y otra. Y otra. Así, hasta trece.

La Niña Pastori interpretó su conocida canción Cai antes de que saltaran los dos equipos al prado heliopolitano, también de un rabioso verde esperanza: ¿saldrá un jugador del Betis parecido a Joaquín? “Cómo me huele a sal, mi Cai...”. Y cuánta sal ha derramado Joaquín por esos campos de Dios, desde el Benito Villamarín a Riazor (qué partido el tuyo, chaval, ante aquel Superdépor en el 2-4), desde San Mamés al Camp Nou. Desde La Rosaleda a Mestalla.

Esas toneladas de sal le fueron devueltas en forma de sentido y emocionado agradecimiento por muchos jugadores estelares del fútbol reciente. No faltó nadie salvo el lesionado Alfonso, quien se excusó por una malajosa lesión. Lo tuvo que ver por televisión, como Manuel Ruiz de Lopera.

Uno a uno, saltaron a la hierba los integrantes de la Selección de Leyendas, vestida con una preciosa equipación verde Betis. Iker Casillas, Sergio Ramos, Dani Ceballos (un aplauso especialmente clamoroso para él, con mensaje para el futuro), Guti, Raúl. Y la sevillanía que saltó de repente al unísono con Jesús Navas, al que la afición bética agradeció con entrega su gesto.

Luego le llegó el turno al Betis. El Betis de hace dos décadas, el de hace una y el actual. Lo que es lo mismo: el Betis donde Joaquín mostró su magisterio, con un capote soñado y la sonrisa más franca y expansiva que se recuerda en el fútbol español.

A las 21:34 salió el dorsal 17 después de que lo hicieran Juanito, Doblas, Rivas, Assunçao, Ricardo Oliveira, Fernando, Denilson... El beticismo saludaba alborozado la vuelta de muchos de sus ídolos de este siglo XXI mientras una nube de nostalgia se apoderaba del eléctrico ambiente.

A las 21:38, el colegiado vasco Iturralde González ordenaba que el balón rodara. En el banquillo local Manuel Pellegrini, quién si no, y en el visitante José Antonio Camacho, el seleccionador que se llevó a Joaquín al Mundial de Corea en 2002.

A los tres minutos, el 17 recibe la pelota en sus terrenos predilectos y la pica con su innata calidad ante un adelantado Iker Casillas. La mejor amiga del homenajeado en el estadio, la pelota, fue a besar el palo derecho del portero campeón del mundo, que soltó, divertido, un exabrupto a Joaquín por su atrevimiento.

A los seis minutos, el extremo abre a la esquina contraria, la siniestra. Y allí Denilson se monta en su bicicleta para diversión de los afortunados que disfrutaron de la despedida en vivo.Otro brasileño, Oliveira, demuestra que aún tiene motor y en una galopada se planta ante Casillas, que desvía a córner (11’).

Un balón picado de Joaquín al poste, una bicicleta de Denilson, una carrera de Oliveira... La galería de instantáneas que los béticos guardan en su memoria se sucedían sobre la hierba.

Las leyendas responden con un tirazo de Luque que desvía Toni Doblas junto al palo izquierdo (18’). Cuatro después, Casillas sigue infranqueable en un mano a mano clarísimo de Oliveira. El enésimo pase de gol de Joaquín se fue al limbo. Lo intenta Julio Baptista (“¿dónde vas, Hulio?” pero se le cruza un implacable defensor, el tiempo. Y es Santi Cazorla quien abre el marcador dejando sentado a Doblas (27’).

En apenas dos minutos, el ídolo entre ídolos le da la vuelta al resultado. Primero a puerta vacía tras servicio de Borja, luego de cabeza, después de que Casillas punteara su tiro picado. A los 36 minutos, un gol de otra época: Denilson por la banda y Oliveira que remacha.

A los cinco minutos de la reanudación, Denilson se marcha del campo bajo una cerradísima y festiva ovación del beticismo. Dejó un abanico de virguerías que divirtieron al personal. Por él entra otro de los predilectos de la parroquia bética, Capi.

A los 58 minutos, Joaquín abandona el teatro donde todos sus sueños se hicieron realidad. El estadio es un clamor digno de los partidos de tronío. Con Joaquín se marchaba una forma muy particular de entender el fútbol: con una sonrisa eterna que sólo quebró el llanto de la emoción cuando enfiló la bocana de vestuarios y los recuerdos, las sensaciones, se le agolpaban en un solo instante. Allí, al hombre, lo esperaban sus dos hijas y su mujer. En el campo quedaba el aura del ídolo. De un ídolo entre ídolos que en la soledad del callado vestuario se descalzaba entre lágrimas.

Cuando acabó el partido, retornó para el adiós definitivo y dio la vuelta al ruedo a hombros por Padilla, Espartaco, El Cid, Liria... Eterna tu última verónica, torero.

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