Los síntomas menos visibles de la ansiedad y que se manifiestan ante la llegada de las vacaciones

Investigación y Tecnología

La mente no descansa porque siempre está proyectándose hacia adelante, intentando prevenir el caos, controlar lo impredecible

Cuál es el principal factor, revelado por un estudio, por el que son necesarias las vacaciones

Vacaciones en familia
Vacaciones en familia / Freepik

Llegados a esta época del año todos estamos deseando tener vacaciones, pero para muchas familias, el verano no representa el alivio que se debería esperar. Más bien es un detonante para la aparición de la ansiedad, en muchos casos, difícil de expresar. La promesa del descanso se convierte en una presión más, y la idea de disfrutar se transforma en una exigencia que agobia ya que se supone que el verano es alegría y tiempo libre. Pero la realidad cuando abandonamos las redes sociales es otra, es aquella en la que nos tenemos que enfrentar a la conciliación entre el trabajo y el cuidado de los hijos, una tarea cada vez más complicada en un contexto que no siempre ofrece redes de apoyo o soluciones reales.

Mientras el entorno celebra, la mente de muchas familias se llena de pensamientos, preocupaciones y una sensación difusa pero permanente de no llegar a todo. La ansiedad no siempre grita. A veces susurra, desgasta y confunde. En verano, esta ansiedad adopta un rostro específico: el del desbordamiento mental, de la culpa por no disfrutar, de la planificación excesiva, del temor al descontrol. No es el cuerpo el que da la señal de alarma, sino los pensamientos que giran en bucle y que parecen inagotables. Y es ahí donde comienzan a manifestarse los síntomas cognitivos de la ansiedad.

Ansiedad anticipatoria y carga mental: el verano como amenaza mental

Uno de los principales síntomas cognitivos de la ansiedad en verano es la ansiedad anticipatoria, ese estado mental que nos sitúa constantemente en lo que está por venir: el cierre de proyectos laborales, la planificación de vacaciones, la organización del cuidado infantil durante las semanas sin colegio, y la gestión de las expectativas propias y ajenas. La mente no descansa porque siempre está proyectándose hacia adelante, intentando prevenir el caos, controlar lo impredecible. Aparece entonces una sensación persistente de inquietud, como si algo malo pudiera ocurrir en cualquier momento. Este tipo de pensamiento suele venir acompañado de una autocrítica constante: "Debería haber organizado esto antes", "No voy a poder con todo", "No sé cómo voy a resolverlo".

La carga mental, que durante el año puede estar más contenida por la rutina, se dispara en esta época. El exceso de decisiones que tenemos que tomar: actividades, horarios, comidas, vacaciones, trabajo, conciliación... abruma la mente hasta colapsarla. Este exceso de responsabilidad silenciosa, muchas veces no compartida ni visibilizada, genera pensamientos rumiantes: esos que se repiten una y otra vez, sin llevar a ninguna solución, alimentando la sensación de estar atrapado. Todo esto, además, se da en un contexto donde socialmente se espera que estemos relajados, disponibles y felices. La mente, entonces, entra en conflicto con la narrativa externa: "¿Por qué me siento así si se supone que debería estar disfrutando?".

Pensamientos distorsionados y culpa: el verano como espejo de la exigencia interna

Junto a la anticipación ansiosa, emergen también los pensamientos distorsionados, propios de los procesos ansiosos. Uno de los más comunes es el pensamiento dicotómico o polarizado: "Todo va a salir mal", "No puedo con esto, es demasiado". Estas creencias no siempre se expresan en voz alta, pero se instalan de forma profunda y silenciosa, generando una sensación de fracaso inminente. El verano, al presentar un cambio de dinámica, se convierte en el escenario perfecto para que estos pensamientos afloren ya que al perder el control de la rutina habitual, se desestabiliza también el equilibrio mental.

Otro síntoma cognitivo muy frecuente en este contexto es la culpa, especialmente en quienes deben elegir entre seguir trabajando mientras los hijos están de vacaciones o sacrificar descanso para estar disponibles. La culpa no se limita a un sentimiento ocasional, sino que se convierte en un pensamiento constante que invade cualquiera de las decisiones que vayamos a tomar. Esta culpa, además, se retroalimenta con los mensajes sociales que idealizan el tiempo de calidad, la crianza consciente, el disfrute familiar. La ansiedad, en este caso, no solo se manifiesta como preocupación, sino como una sensación continua de insuficiencia.

En muchas ocasiones, esta ansiedad cognitiva se vive en silencio, sin verbalización ni espacio para compartirla. A diferencia de los síntomas físicos los cuales son visibles y justificables, los síntomas mentales suelen quedar en segundo plano, disfrazados de agotamiento o mal humor. Pero son precisamente estos síntomas los que más desgaste generan y los más difíciles de detectar sin un ejercicio consciente de autoobservación.

El verano no siempre trae alivio. Para muchas personas, especialmente para quienes deben conciliar múltiples roles sin una red de apoyo clara, esta época se convierte en un terreno fértil para la ansiedad. Y aunque sus manifestaciones físicas pueden pasar desapercibidas, su expresión más profunda se da en la mente: en los pensamientos que se repiten, en las preocupaciones que no descansan, en la culpa que se acumula. El primer paso para abordar esta ansiedad es, precisamente, reconocerla. Validar que no es "raro" sentirse así cuando todo el mundo parece disfrutar. Escuchar lo que ocurre en nuestra mente y permitirnos hablar de ello, sin vergüenza ni culpa, es una forma de resistencia y de cuidado. Porque el verano no debería ser otra fuente de exigencia, sino un tiempo en el que también podamos sostenernos, aunque no siempre sea perfecto.

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