Reliquias de la provincia

La Vera-Cruz de Osuna. Egipto en un paso

Frontal del paso de la Virgen de la Esperanza, de Osuna, en estilo egipcio.

Frontal del paso de la Virgen de la Esperanza, de Osuna, en estilo egipcio. / Manuel Ortega

En esta serie nos hemos hecho eco de las formas estéticas que perviven en muchas localidades, alejadas y no influenciadas por el canon de Sevilla capital. Muchas de ellas son auténticas reliquias del pasado, que habían estado presentes en la urbe hispalense hasta que la Semana Santa adoptó el modelo actual, consolidado en las primeras décadas del siglo XX. Hoy nos ocupamos de un caso realmente excepcional y podría calificarse de hasta exótico, pues supone el único exponente del arte egipcio en las cofradías de la provincia. Hablamos de la Vera-Cruz de Osuna y de su peculiar palio. 

Para entender cómo un paso de tales características lo atesora un municipio situado en la frontera entre la campiña y la Sierra Sur hay que tener en cuenta el contexto en el que se encarga su ejecución. De todo ello da cuenta el libro presentado recientemente, obra del historiador Pedro Jaime Moreno de Soto, hermano de dicha corporación, y titulado Entre el Historicismo Romántico y la Renovación Modernista

Dicho título resume a la perfección dos de los tres pasos con los que sale a la calle la hermandad la tarde del Martes Santo por las calles de antigua Villa Ducal. Nos ocupa ahora el de la Virgen de la Esperanza, dolorosa tallada por el valenciano Vicente Tena en 1901, autor también del San Juan Evangelista que la acompaña. Este nombre resulta fundamental en la historia de la corporación ursaonesa. Se desconoce con exactitud el motivo de la relación entre la hermandad y el artista, aunque todo indica que podría deberse a los trabajos de restauración que acometió en la iglesia de San Agustín, sede canónica de la hermandad, a petición de la orden carmelita. 

La Virgen de la Esperanza en su paso la noche del Martes Santo. La Virgen de la Esperanza en su paso la noche del Martes Santo.

La Virgen de la Esperanza en su paso la noche del Martes Santo. / Pepe Marquina

Vicente Tena mezcla las corrientes barrocas castellanas y levantinas en sus imágenes. Su obrador logró una gran producción en los inicios del siglo XX, gracias en parte al nuevo concepto comercial que introduce en este tipo de taller mediante los catálogos que elabora y en los que los precios se amoldan a las circunstancias económicas de los demandantes. Es, por así decirlo, un importante marchante de la producción artística religiosa, que adopta un modelo procedente de Estados Unidos. 

El paso en cuestión conserva el diseño y ejecución de Vicente Tena en lo que a los respiraderos y canastilla se refiere, esto es, las piezas que cubren las andas, ya que el palio -confeccionado años después- no siguió este estilo orientalizante y se optó por uno acorde con la estética neobarroca implantada en Sevilla hace un siglo. El gusto por las culturas del próximo y lejano Oriente surge en Europa con las primeras expediciones llevadas a cabo a finales del siglo XVIII y se extiende por toda la centuria decimonónica, cuando toma auge con el romanticismo. En Andalucía dicha influencia fue poco notoria porque ya se poseía un legado exótico de referencia: el patrimonio de la cultura andalusí y mudéjar. 

En concreto, la fascinación por la decoración egipcia toma un gran impulso a partir de óperas como Nabucco y Aída, de Verdi, a las que se sumaron las primeras grandes producciones cinematográficas que recrearon la antigua civilización de los faraones y pirámides. Una cultura con gran simbología de la que se empapa este paso de Osuna, dividido en dos cuerpos. La parte inferior incluye figuras humanas con ropajes egipcios sobre fondos calados. También aparecen flores de loto, serpientes doradas entrelazadas (en alusión a la serpiente de bronce que, en el Antiguo Testamento y carácter salvífico, Dios ordenó hacer a Moisés), así como esfinges con cuerpo de león y rostro de hombre, con la cabeza cubierta con el tocado propio de dicha civilización. La parte superior toma la forma de una pirámide truncada. 

Las esquinas del paso las conforman los grifos, los toros alados y los ángeles egipcios. Las esquinas del paso las conforman los grifos, los toros alados y los ángeles egipcios.

Las esquinas del paso las conforman los grifos, los toros alados y los ángeles egipcios. / Manuel Ortega

Pero, sin duda, los elementos más característicos de este paso se concentran en sus cuatro esquinas. En la parte inferior se encuentran los grifos, criaturas mitológicas compuestas de cabeza de águila y patas de león que simbolizan la doble naturaleza de Cristo: divina (águila) y humana (león). Hacen las veces de manigueta y sobre ellas se colocan cuatro esfinges -conocidas en Osuna como perritos- que reproducen el modelo de toro alado antropomorfo de origen asirio. Están formadas por cuerpo de león, alas y cabeza humana con tocado troncocónico. Sostienen candelabros de guardabrisas de cuatro brazos. Van sujetados, a través de cadenas, por la tercera figura de las esquinas: ángeles con atuendos egipcios. El paso va iluminado con una profusión de guardabrisas, incluidos en el frontal. Entre sus motivos decorativos también se intuyen ciertos elementos modernistas, propios de la época.  

El hecho de que se use una decoración egipcia en un paso que porta una imagen mariana no debe resultar extraño ni una incongruencia, pues Egipto aparece en la vida de la Virgen como lugar de refugio tras la huida de Belén para evitar que Herodes matara a Jesús. Al contrario de lo que ocurría en el Antiguo Testamento con Moisés, ahora se ha convertido en país de salvación, como reflejó Russell-Cotes en su cuadro expuesto en el museo de Bournemouth (Inglaterra), en el que la Madre de Cristo, acompañada de San José, llega a Egipto en el momento en el que se celebra una procesión de la diosa Isis, a la que los habitantes de esa tierra encomendaban su protección, papel que con el cristianismo se le otorga a María. 

Y si interesante resulta el paso de palio por su peculiaridad, no menos lo es el del Cristo de la Vera-Cruz, tallado por Hipólito Rossy a finales del XIX en estilo neogótico. En madera dorada y policromada, está alumbrado por candelabros de guardabrisas de los que penden lágrimas de cristal que producen un tintineo muy característico. Elementos a los que se unen los símbolos del monte donde va enclavada la cruz, en el que aparecen la calavera de Adán y corales (simbolizan la sangre redentora de Cristo). Este año se recupera la alegoría del alma bienaventurada, representada en la escultura de un infante de cabello rubio (siglo XVI). Un paso que estrenará restauración este Martes Santo.