Macarena: redención y esperanza

Hay quienes recobran la certeza de tener un lugar en el mundo, una ciudad, al contemplar la entrada del palio en la basílica.

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El palio de la Esperanza Macarena, en la Semana Santa de 2023 de camino a su templo.
El palio de la Esperanza Macarena, en la Semana Santa de 2023 de camino a su templo. / María José López / Ep

Un hombre da con una fotografía que en su momento subió a una red social, fechada el 14 de abril de 2017, Viernes Santo. “Integrado en mi nuevo barrio”, decía aquella anotación, en referencia a una mudanza que se había producido semanas antes. En la austeridad casi telegráfica de aquella frase no se vislumbra la conmoción que ese individuo sintió esa mañana al ver a la Macarena entrar en su Basílica, el impacto que esa estampa continuaría causando en él en los años siguientes, el modo en que ese palio mecido por la música sacudió entonces y sacude hoy su memoria. Ese mensaje, sin embargo, escondía en su laconismo una verdad: con esa liturgia, el hombre recobraba la certeza de tener un lugar en el mundo, una ciudad que había creído esquiva lo abrazaba.

Ha transcurrido casi una década desde entonces, y ese deslumbramiento primero no ha perdido fuelle. El hereje, el hijo pródigo, vuelve en su recuerdo a ese episodio con extrañeza y se ampara en la razón: es, se explica, el argumento irrebatible de la belleza el que toma su ánimo cada Viernes Santo, en las horas posteriores a la Madrugada. Su sensibilidad, al fin y al cabo, asiste a una escenografía barroca, porque es en la desmesura como mejor se expresa el sur: igual que el hombre llora ante una sinfonía o una pieza de danza, sus ojos se humedecen ahora ante otro arte, otra expresión de lo sublime. Qué perfecta geometría se despliega en las idas y venidas de la Virgen, antes de entrar en el templo, mientras se despide de sus fieles; qué claridad la de las voces que arropan el cortejo y cantan el Himno a la Esperanza Macarena que escribió Joaquín Caro Romero. Señora de nuestra vida, razón de felicidad, gracias por bajar del Cielo...

La melodía le ha abierto el pecho al agnóstico, y todos los Viernes Santos ocurre, si la pandemia o la lluvia no lo impiden: su corazón arde. La razón a la que ha querido aferrarse antes es apenas una cáscara; la mañana, lo comprende entonces, pertenece a la emoción. Esa ciudad entregada a su fervor le ha devuelto un sentimiento antiguo, la sed de eternidad que albergaba cuando niño. En esos años, rememora entonces el hombre, se conmovía con las historias de santos que le leían en sus visitas a la iglesia: descreídos que caían del caballo, ladrones que estarían junto a Cristo en el paraíso. Quizás porque el hereje anhela la redención, o porque añora a una madre en su orfandad, siente que la Macarena hace honor a su nombre y le otorga la esperanza. Siempre, cuando los hermanos y la Virgen ya se han recogido, el hijo pródigo regresa a su vida con el alma limpia y leve de la infancia.

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