Soñando despierto

Capa y ruan, extramuros y centro

  • Martes Santo. Se dispara el número de nazarenos en este tercer día de la gran fiesta en una Jerusalén por siete días que, una vez, sufrió la incongruencia de ser vuelto del revés

Cuánta muerte en el Cristo de los Estudiantes saliendo de la Catedral camino de su casa en la Universidad.

Cuánta muerte en el Cristo de los Estudiantes saliendo de la Catedral camino de su casa en la Universidad. / D. S.

TERCER día del drama, de un drama que la pandemia ha repetido dos mil años después. Ya es Martes Santo, un día con personalidad propia, con mezcolanza de capa y cola a la par y en el que reaparecen recuerdos de adolescencia cuando uno formaba en el cuerpo de nazarenos del Cristo de la Buena Muerte. Recuerdo perpetuado por la cámara de Luis Arenas con el Cristo en Laraña a contraluz dviejo el sol huyendo por Alfonso XII hacia la cornisa y reverberando en el viejo adoquinado de Laraña.

Nazarenos, nazarenos, una ingente cantidad de nazarenos. Hoy es un día riquísimo en nazarenos, con cofradías de cortejos interminables, que usted ve la cruz de guía de San Benito en la Encarnación, va andando a contrapelo y llega a la Calzá sin que haya visto la luz del día la bellísima Virgen de la Encarnación. Día de nazarenos y de variados contrapuntos, de una cantidad grande de variantes donde la cola y la capa, el terciopelo y el ruan, van a establecer una singularísima simbiosis de un punto a otro de esta ciudad llamada Sevilla.

Hoy en la normalidad suele haber lágrimas de nostalgia por una cofradía que tampoco sale a la calle, la cofradía que quizá más sepa a pueblo de cuantas componen la nómina de cortejos que forman la Semana Santa de Sevilla. Pueblo sin que le falte un perejil en el Cerro del Águila. Hoy en el Cerro es, como en cualquier pueblo nuestro, el día de la Patrona y ese pueblo se irá tras el manto vinotinto de la Virgen de los Dolores a Sevilla, hasta Sevilla, Héroes de Toledo, hoy avenida de Hytasa, abajo. Más de cinco horas de peregrinaje por grandes arterias hasta llegar a la Campana, pero quedará la vuelta, una vuelta llena de calor hasta el avistaje del antiguo Matadero.

Es la del Cerro, junto a la que mañana parte del Polígono San Pablo, la cofradía más alejada de una ciudad que hoy debería haber acogido un programa variopinto y lleno de contraluces. El ciudadano se va a tener que multiplicar para estar en dos o tres sitios a la vez sin estar loco. Hoy, junto al sabor a pueblo de las de capa, la solera de tantos y tantos años de Santa Cruz o de los Estudiantes, el ruan de estas dos cofradías que tendrán el anticipo del jesuitismo exiliado que nos llega de Omnium Sanctorum, de un barrio de la Feria que acogió a la hermandad hace ya cuarentaitrés años. Tercera cofradía de una calle que arranca con el Silencio Blanco de San Juan de la Palma, que continúa con el tintineo inconfundible de los rosarios en los varales de la Virgen del Rosario y que culmina junto al Mercado con esta cofradía de los Javieres que se fundó al calor de la orden ignaciana en su sede de Jesús del Gran Poder.

En este día se alternan los sentimientos y si al bullicio fervoroso del Cerro sucede el ascetismo de los Javieres, tras ésta vendría otra con mucha carga de trompetas y tambores, que de San Esteban llega la del Buen Viaje para gustarse a cada palmo en general y por la Alcaicería en particular. Contrapunto de nuevo con lo que llega inmediatamente después, con ese Cristo de la Buena Muerte derramando tanta muerte por el Postigo mientras el sol le estalla en la cara justo donde cierto Lunes Santo caía un costalero. Si en este día de contrapuntos luce la del Cerro por el Cerro, San Esteban por la Alfalfa o San Benito por cualquier parte, quien no haya visto en el Arco del Postigo al Cristo de la Buena Muerte morirse al sol que se retira por Dos de Mayo no sabe lo que es la Pasión según Sevilla.

Martes Santo que no se acaba ahí, que hay que meterse por unos jardines en tinieblas para comprobar cómo se mueve un palio de Sevilla. Luciérnagas en los umbrales de la madrugada para siluetear a la Virgen de la Candelaria mientras sortea el amurallado palacio de Don Pedro camino de su templo en la auténtica Judería. Y en este día de contrapuntos y de contrastes tan acentuados, a esa hora bulle el Cerro, se supera un año más el tremendo obstáculos de las ojivas de San Esteban y se viste de fiesta la Calzada para estar con su Cristo, ese Cristo que mira serenamente a un pueblo que no acaba de comprender el porqué de todo lo que ocurre, por qué Él y no Barrabás.

Se está agotando la tercera entrega de la Pasión según Sevilla y otro Cristo se muere subiendo por una de las calles más bellas de Occidente, esa Mateos Gago desde donde, según Juan Ramón, la Giralda es un tallo luminoso que emerge de lo más hondo de la tierra. Sobredosis de austeridad entre naranjos mientras resuenan cercanamente lejos los ecos de una apoteosis que empieza en la Plaza Nueva y va a culminar en San Lorenzo. Recorrido de sevillanía auténtica ese camino de vuelta de la del Dulce Nombre por una vía dolorosa que resulta ciertamente gozosa. Acompañando a la Bofetá desde la Plaza Nueva, Tetuán y Velázquez son ríos humanos muy dados al cangrejeo, esa disciplina que no es deportiva sino autóctona de una tierra que en este bisiesto se ha quedado sin lo mejor del año. Sería esa manifestación ante la bellísima Virgen del Dulce Nombre el remate de un día de contrapuntos muy definidos, de claroscuros y de una simbiosis perfecta de cofradías de cola y de capa, de ruan y terciopleo, de pueblo y de tradición, de extramuros y Sevilla Eterna, Martes Santo, qué dolor...

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