Los primeros cristianos eran muy perseguidos y para reunirse escogían la noche y sitios subterráneos oscuros. Para ver y orar encendían velas. Más tarde, cuando comenzaron a construir templos, siguieron con la costumbre de iluminar sus actos religiosos con cirios y hachones.
De esta forma llegamos a nuestros días utilizando en los actos religiosos esta iluminación compuesta de cera virgen de abeja.
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