Apocalipsis de esperanza
Sánchez Monteseirín llevó por última vez la espada de San Fernando que el próximo año tendrá nuevo portador.
EL 23 de noviembre de 1248 ondeó sobre el torreón del Alcázar la enseña de los reyes de Castilla. El infante don Alfonso, futuro Alfonso X el Sabio, cumplía ese día 27 años. Había nacido el 23 de noviembre de 1221 en Toledo. Padre zamorano, hijo toledano, conquista sevillana. En su cumpleaños, su padre le regaló una ciudad. Hermosa metáfora del regalo que recibirá quien el próximo año sea proclamado nuevo alcalde de Sevilla y se gane el derecho a portar la espada de San Fernando desde la capilla de la Virgen de los Reyes al altar mayor. Ayer lo hizo por última vez Alfredo Sánchez Monteseirín, que cumplimentó la preceptiva promesa ante Francisco Ortiz, deán de la Catedral.
El portavoz de la oposición, Juan Ignacio Zoido, aventaja a Juan Espadas en que se sabe el camino y la composición del cortejo: primero, los caballeros de San Clemente y San Fernando: ellos de capa, ellas de mantilla negra; después, los maceros. A continuación, la representación del Ayuntamiento, con la edil más joven, la socialista Cristina Galán, portando el pendón de la ciudad.
A uno y otro lado, un compendio de curiosos, feligreses, diáconos, turistas. "A ver quién es el próximo que lleva la espada", preguntaba Mauricio Domínguez-Adame, que prepara un libro sobre el Protocolo. Una guardia de cinco soldados del Regimiento de Guerra Electrónica se turnaba en la escolta de la urna de San Fernando, patrono de los ingenieros. Los soldados rompían filas junto a uno de los confesionarios.
Las azafatas de la Catedral custodiaban el orden. Con los japoneses no hacía falta. Impresionaba el respeto con el que un grupo de turistas de ese país seguía el cortejo. Mostraban una seriedad casi marcial, no hacían ni fotos. En la ceremonia sonó el órgano interpretado por Carlos Navascués, segundo organista de la Catedral. José Enrique Ayarra, el organista titular, está en México. La misa fue oficiada por Antonio Alcaide, canónigo de la Catedral y vicario para la Vida Consagrada.
Aunque la lectura del Apocalipsis hablaba de guerras, revoluciones, epidemias y terremotos, la homilía fue de esperanza. "No sólo tenemos una historia gloriosa que recordar y contar. También una gran historia que construir". Una historia que animó a reivindicar "sin miedos ni complejos". "No podemos olvidar que nuestra personalidad tiene un alto componente histórico que expresamos a veces sin darnos cuenta".
Una personalidad labrada en aquellos días del final de la primera mitad del siglo XIII. El canónigo repasó las cuatro fases en las que se dividió el largo asedio de dos años sobre Sevilla. Una campaña que empieza el otoño de 1246 con la tala y saqueo de los campos de Carmona y Jerez que condiciona la rendición de Alcalá de Guadaíra y Marchena. Una segunda operación en los campos de Carmona (primavera de 1247) que abre un camino desde Córdoba por el río con la toma de Tocina, Cantillana y Alcalá del Río. La tercera fase se desarrolla entre agosto de 1247 y febrero de 1248. Las tropas castellanas cercan Aznalfarache y Tablada, someten Gelves y rechazan las escaramuzas almohades y tunecinas; los habitantes de Triana tienen que buscar refugio en el castillo. En la última fase del asedio, el infante don Alfonso se encarga de controlar todas las salidas y puertas. Es un nuevo Apocalipsis sin Coppola. "El hambre ataca a los sitiados", relató el oficiante, "el calor y las fiebres, a los sitiadores". Se negocia la recapitulación. El cadí Al Xataf, con lágrimas en los ojos, dice que "sólo un santo" ha podido vencerlos.
Con la historia aprendida, los soldados del siglo XXI rinden honores al guerrero o pacificador del siglo XIII. El alcalde devuelve la espada a su lugar sagrado y la comitiva municipal se disuelve. Llueve en la Avenida.
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