Dios como nosotros lo concebimos
PARA el sevillano medio, Dios se manifiesta a través del rigor, los rituales y la tradición, es decir, a través del catolicismo. Es más probable que un sevillano vea a Dios en Jesús del Gran Poder que en su prójimo. Para el yanqui medio, el rigor, los rituales y las tradiciones son obstáculos para conocer a Dios. Es probable que un yanqui, incluso de origen católico, crea en el orgasmo eterno antes que en la Inmaculada Concepción.
Puede que un sevillano deje de ir a misa, de rezar, de dar importancia espiritual a los sacramentos e incluso a Dios. Puede que ése sea el caso de la gran mayoría de los sevillanos. Pero los sevillanos no practicantes siguen reservando un respeto sagrado para las imágenes, la liturgia, y la fanfarria de la Iglesia Católica. Para los sevillanos, este montaje es como un plato precocinado caído del cielo. Lo meten en el horno de su devoción y está divino. Y lo es, mientras esté caliente. Ojalá el culto reconociera que hay otras formas de alimentación que merecen algo más que tan solo el interés antropológico.
Un yanqui cree que la religión es para que él o ella la invente. Los hugonotes, los bautistas, los calvinistas y los cuáqueros huyeron de Europa, se asentaron en nuestra tierra y medraron. Los testigos de Jehová, los mormones, los cienciologistas se fundaron en EEUU. Los evangelistas van creciendo y multiplicándose cada vez más. Ni hablemos de las religiones exóticas que hemos traído a nuestra patria para hacerlas nuestras: hinduismo y budismo convertidos en yoga y en el sexo tántrico, el psicoanálisis (religión sin Dios) renacido como psicología popular. En fin, en EEUU, a la hora de elegir una religión, hay mucha tradición de descartar o ajustar tradiciones.
El motivo es la ingenuidad, en parte. Creemos que podemos llegar a Dios sin sacrificios. Por otra parte, vemos la libertad como aún más sagrada que la religión. La religión es, a fin de cuentas, restrictiva. Creer que hay un solo y estrecho camino a Dios sería poco democrático. A alguien que me dice que no es consecuente un país donde la Constitución establece la separación entre Iglesia y Estado, y después todos los billetes de banco dicen In God We Trust (en Dios nos confiamos), y en la Declaración de Independencia se hace mención de "nuestro Creador", le digo que Dios, en EEUU, en España o en cualquier parte, no presupone una iglesia. Ni un templo, ni una mezquita. Ni siquiera presupone una religión.
Mis padres eran católicos y me dieron, con mucha ilusión, una educación en esta fe en la que tanto creyeron. De todas formas, debíamos la felicidad de nuestra vida familiar más a las visiones y la lucidez espiritual de Bill Wilson, un evangelista, un lobo solitario, un depresivo, un borracho reformado, que tuvo una gran debilidad por las mujeres durante toda la vida, que creyó en los fantasmas, literales y figurados, y en las sesiones de espiritismo. Fundó Alcohólicos Anónimos (A.A.), una sociedad de mutua ayuda, por llamarlo de una manera, que salvó a mi padre, y a otros cientos de miles, y que sigue salvando cada día más personas de unas vidas desperdiciadas en adicciones.
Este místico yanqui, además de saber que Dios no presuponía una religión, sabía que, sin sumo cuidado, Dios se podía perder en una religión. Por eso, fundó una religión que se niega llamarse religión. En su obra maestra, Los doce pasos, definió a Dios en cuatro palabras: "Como nosotros lo concebimos". Sólo puso límites en lo que podemos pedir a Dios: "Solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla". Un día pregunté a mi padre: "¿Cómo concilias que Bill Wilson contradiga al propio Jesucristo, quien instó que pudiéramos pedir lo que quisiéramos?" Dijo: "Bill Wilson sabía que los alcohólicos no somos capaces de pedir lo mejor para nosotros". Mi padre, aunque no bebió alcohol durante los últimos 35 años de su vida, nunca dejó de considerarse un alcohólico.
Si no habéis oído hablar antes de A.A., o si, para vosotros, es sólo un nombre, quizás es por la otra obra maestra de Bill Wilson, Las doce tradiciones: ". . . A.A. nunca debe respaldar, financiar o prestar su nombre a ninguna entidad allegada o empresa ajena, para evitar que el dinero, propiedad y prestigio nos desvíen de nuestro objetivo primordial. . . A.A. nunca debe mezclarse en polémicas públicas. . . Necesitamos mantener siempre nuestro anonimato personal ante la prensa, la radio y el cine. . . El anonimato es la base espiritual de todas nuestras Tradiciones, recordándonos siempre anteponer los principios a las personalidades".
Mi padre murió de cáncer. Sabía que su hora se precipitaba hacia él. En su recta final, no dejó de pensar en el espíritu. Decía a sus mejores amigos: "He intentado, durante toda la vida, vivir el presente, y por fin lo estoy consiguiendo". Era, a pesar de su cada vez más sofocante enfermedad, feliz, propenso a exclamaciones como "¡Te quiero!" Antes, incluso a sus hijos, decía sólo, "God bless you" (que Dios te bendiga). Estaba tan efusivo, aun alborozado, que incomodaba a mi madre, su fiel cuidadora. Las últimas palabras de la última entrada de su diario, escritas con mano temblorosa la noche antes de que se quedara inconsciente para siempre, resumían toda una vida dedicada a superarse: "En estas salas hablamos de amor, pero aquí lo llamamos sobriedad".
Prueba real de que un yanqui, y además un católico acérrimo, puede morir viendo con claridad quién y qué es Dios, como él, y no una iglesia, lo concibe.
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