Metáfora con naranjas del puente del Quinto Centenario

metrópolis | barriada El Cano

Legado. El quinto centenario de la primera circunnavegación de la tierra, en 2019, tendrá un epicentro sentimental en este barrio para empleados de Astilleros que desde 1953 lleva el nombre de uno de los 18 supervivientes de la gesta circular

Solar abandonado del colegio Juan Sebastián Elcano, que abrió sus puertas en el curso 54-55. / Reportaje Gráfico: José Ángel García
Francisco Correal

26 de noviembre 2017 - 02:34

Dulces y amargas. Como la vida misma. Así son las naranjas que cuelgan de los naranjos que jalonan la avenida Virgen de la Esperanza, con el puente del Quinto Centenario al fondo, en la que vive José Antonio Florido. Las dulces le sirven para el zumo de naranja; las amargas, para aliñar las aceitunas. La vida también es dulce y amarga. El quinto centenario es una metáfora de hormigón tensado de la gesta de aquellos marinos que hace casi cinco siglos circunnavegaron la Tierra. En agosto de 1519 salieron de Sevilla -en septiembre, de Sanlúcar de Barrameda- 216; dos años después, sólo regresaron 18. Uno de ellos, Juan Sebastián Elcano, le da nombre a esta barriada. Si Fernando de Magallanes, el ideólogo de la expedición, no hubiera muerto en las Filipinas, en un enfrentamiento con los indígenas autóctonos que mandaba el caudillo Lapulapu, igual estábamos contando la historia de la barriada Magallanes.

La vida de José Antonio Lechuga es circular, como la gesta de Elcano. Si Alfredo Landa nació el 3 del 3 del 33, este hombre nació el 4 del 4 del 44 en Cádiz, hijo de una sevillana de Marchena y un gaditano de El Puerto de Santa María que trabajaba en los astilleros de Matagorda. Llegaron a Sevilla el 4 de octubre de 1953, fiesta en la España de Franco. El año que entregaron las viviendas de la barriada Elcano a los trabajadores y empleados de los Astilleros. "Yo tenía nueve años y tengo 74. Haga la cuenta".

Las primeras viviendas se entregan en 1953, pero se inaugura oficialmente en 1956

Los nueve años que en enero cumplirá Curro, su nieto, que va al colegio Julio Coloma Gallegos, en la barriada de Pineda, que era para hijos de militares. En Los Bermejales están el colegio Marie Curie, en la zona que se había previsto la mezquita, y el Juan Sebastián Elcano. Un colegio con ese mismo nombre se abrió en los inicios del barrio. El solar, en la Plaza de la Marina Española, está cerrado a cal y canto, sólo ocupado por gatos callejeros. "El primer curso fue el 1954-55. Me acuerdo perfectamente de los profesores", dice Lechuga, "don Crescencio, doña Amalia y doña Adela". Aquel niño de nueve años nacido en la salada claridad ha quedado con sus amigos Florido y Chávez en el local de la Asociación de Vecinos, antes tiene que llevar a Lola, su nieta, a la guardería Bambi y Flor, confluencia de las calles Fragata y Bergantín. La primera vivienda de Lechuga fue en la calle Falúa, donde nace su hermana Inmaculada.

Antonio Chávez nació en 1953, el mismo año que los Astilleros Elcano. Lo hizo en Monesterio (Badajoz), "y con quince días me trajeron a Sevilla". Como Lechuga, con 18 años empezó a trabajar en Astilleros. Su amigo iba a la empresa en el autobús de los empleados. Él solía utilizar la barca que atravesaba el Guadalquivir. La empresa, con ese paternalismo entre dulce y amargo, como las naranjas del sindicalista Florido, firmó un convenio con Orbea para que los trabajadores dispusieran de una bicicleta de la que se hacía cargo, antes de coger la barca, Luis, el bicicletero. Las bicis las adquirían a precio especial en una tienda de la calle Santo Tomás, junto al Archivo de Indias. Precursores del triatlón.

En 1952 se inician las obras de la barriada; en 1953 se entregan las primeras viviendas, el año que llega Lechuga y que nace Chávez, vocal de festejos y vicepresidente de la asociación de vecinos de Elcano, respectivamente. Memoria viva de un barrio que conserva la filosofía de "puertas abiertas". Que nació completamente amurallado para proteger su estructura rectangular. El único lado sin muralla era el que hoy da a la Avenida de Italia, dirección Heliópolis. "Había un muro natural, el río Guadaíra, el primer cauce estaba en el Gol Sur del campo del Betis". En el lado opuesto se conservan restos del muro que separan Elcano de la barriada del Cardenal, un núcleo de viviendas humildes que patrocinó el cardenal Segura para familias sin recursos.

Como en la novela de Ildefonso Falcones, Lechuga y Florido se casaron en la iglesia rebautizada de Nuestra Señora del Mar. El primero en 1972 con la madre de sus hijas Lola e Inmaculada; el segundo, en 1978 con Manuela, la mujer hija de trabajador de Astilleros que lo convirtió en vecino de la barriada Elcano. La misma en la que casi cuatro décadas después viven sus hijos Marcos, diseñador, y Carlos, que vive en el barrio de los barcos y trabaja en los aviones. Completa la prole José Manuel, que reside en Aznalcázar. La iglesia ya no es parroquia, por dentro conserva mosaicos y las lámparas son anclas de su vocación marinera.

La iglesia era el torno urbanístico de la barriada. A un lado estaban la carnicería, una tienda de comestibles, un bar y una pescadería; al otro, una bollería, una droguería, una frutería y una verdulería. Barrio autosuficiente donde hubo hasta un Cobreros en la calle Corbeta. La palabra Huracán, tan unida a los espantos de la marinería que se embarcó rumbo a lo desconocido hace medio milenio, es parte esencial del nomenclátor del barrio.

Huracán es el nombre del restaurante donde históricamente estaba la garita en la que dos empleados de Astilleros, Villegas y Moya, ambos provistos de mosquetón, vigilaban para que no entrara nadie ajeno a la barriada. También respondía por Huracán el épico equipo de fútbol en el que jugó Lechuga y al que se enfrentó con desigual fortuna Florido. El campanario de la iglesia separa los que eran vestuarios del equipo local y del equipo visitante. Los jugadores subían unas escaleras para acceder al estadio, que estaba en el lugar que ocupa el surtidor de gasolina situado frente a los pisos de los militares del 29 de Aníbal González.

El local de la Asociación de Vecinos amanece lleno de empleados de Lipasam que han recogido las naranjas caídas de los árboles. El néctar del azahar de la primavera de este barrio marinero. Elcano se llama el bar de los caracoles que hace Germán Robles. Lo regenta su padre, Antonio Robles, casado con una hija de trabajador de Astilleros. Como electricista recorrió todas las centrales nucleares de España. Al otro lado está El Capricho. Antonio Durán, que lo cogió de su padre, fue de las últimas promociones de niños que fueron al colegio que es refugio de gatos. En un azulejo un vecino ha pintado dos galeones y una goleta. "Primero fue una tienda de comestibles, pero con la venta ambulante pegó un bajón muy grande".

José Luis Lechuga hace tiempo para recoger a su nieta en la guardería. Recordará las clases de don Crescencio. "Éramos 25 alumnos, diez niños, diez niñas y cinco parvulitos". El Huracán era invencible. Como los astilleros. "Estamos en el Guinnes porque un año se botaron once barcos, varios para Colombia".

En la memoria del barrio está Miguel Álvarez, vulgo Bobby Deglané. "Trajeron ingenieros, directivos, faltaba mano de obra. Este hombre iba en un coche negro con un megáfono por Utrera, Paradas, Marchena diciendo: prosperidad, trabajo fijo, colegio, vivienda". Otros tiempos. Dulces y amargos. De Berlanga, o de Elia Kazan. De un barrio de 1.300 viviendas unido a una empresa que llegó a generar seis mil empleos.

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