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Obituario

Muere Javier Aristu, el ex comunista que puso una pica en Flandes

  • Al abandonar la política, enseñó Lengua y Literatura durante nueve años en Bruselas

Javier Aristu.

Javier Aristu. / D. S.

Junto a eminencias como Manuel Losada Villasante, José Manuel Caballero Bonald o Juan Antonio Carrillo Salcedo, a finales de 1998 entrevisté a Javier Aristu dentro del grupo de expertos reunidos en torno al Foro Siglo XXI. Javier Aristu Mondragón (Murcia, 1949) dejó la política en el siglo XX después de afiliarse al Partido Comunista de España en 1969, el mismo año que llega a Sevilla tras un nacimiento murciano y un paréntesis canario. Ese abandono lo describía con esa ironía que siempre se parapetaba detrás de su aparente seriedad. “Yo soy de antes de los infartos de Anguita. Abandoné la política después de la caída del muro de Berlín. Allí se cayeron también todas mis expectativas, la más alta de las cuales era no llegar a nada”, me decía en la serie de entrevistas que publiqué en El País a los citados miembros del Foro Siglo XXI.

  Décimo de doce hermanos, Javier se licenció en Filología Moderna en la Universidad de Sevilla en 1974. Ciudad a la que llega al final de la decisiva década de los sesenta que se inicia en 1961 con la riada del Tamarguillo, el mismo año que se levanta el muro de Berlín, que es como el reloj de arena de su trayectoria política, y también el referente simbólico de quien siempre defendió un mundo “sin fronteras en el que primen la mezcla, la influencia y el mestizaje”.

  El éxito profesional y el fracaso político son el fondo las dos caras de la moneda de un triunfador de la vida, “triunfante un día para hundirse luego en la muerte”, que escribía Cernuda en El placer, uno de los textos de Ocnos. Autor al que debió recomendar a cientos de alumnos los muchos años que ejerció la docencia como profesor de Lengua y Literatura, tanto en institutos de Sevilla como los nueve años que impartió clases en la Escuela Europea de Bruselas, la patria chica del argentino Julio Cortázar.

  Su aventura política fue como una versión hispalense de Historias de cronopios y de famas. Fue en las listas del Pecé de 1979 en el Ayuntamiento, pero no entró de concejal hasta 1982, sustituyendo a Amparo Rubiales “en aquella operación de Escudero” cuando su predecesora en el cargo regresó de un viaje a China. Fue cabeza de lista en las municipales de 1983 con el saldo de dos concejales y puso su cabeza en la bandeja del Partido cuando propuso a Adolfo Cuéllar para liderar la candidatura de Izquierda Unida en 1987. “El sector más sectario del partido lo criticó por capillita y conservador. Después se pasó al Grupo Mixto y me dejó políticamente en calzoncillos”, me decía en una entrevista para la serie Plaza Nueva. Hablamos en el hotel Los Lebreros, mayo de 2016. La foto de aquella entrevista la firmó una joven fotógrafa rusa llamada Klara Hofferova.

  Su bagaje de profesor de Lengua y Literatura se trasluce en la prosa tan exquisita como combativa de su libro El oficio de resistir, que presentó en Sevilla Nicolás Sartorius y fue todo un acontecimiento no sólo para la izquierda sino para la ciudad. Las vivencias de quien muy joven ingresó en el Partido Comunista, ceremonia casi quijotesca celebrada en un piso de la barriada Pío XII con Fernando Soto, uno de los sindicalistas del proceso 1001, como padrino. Su incipiente militancia coincidía con la espuma del mayo francés, la primavera de Praga y la guerra del Vietnam, casi un beatle del materialismo histórico. Un libro que comienza con incursiones literarias de Alfonso Grosso y Caballero Bonald.

  Hace un retrato de la Sevilla pictórica, “su importancia es capital en la modernización de la ciudad”, decía con palabras de Juan Bosco Díaz de Urmeneta, compañero de Partido recientemente fallecido, la cinematográfica, la teatral (Tabanque, Esperpento, La Cuadra). Estaba convencido de que las conquistas llegaron más con las huelgas de Asturias que por el contubernio de Munich. Su mujer estaba emparentada con Ramón Carande, cuyo hispanismo crítico siempre compartió Aristu. También sus reservas al tradicionalismo local, presente en todas las agrupaciones políticas. “El problema es que llueva el Jueves Santo o en el El Rocío”, bromeaba en la citada entrevista.

  Javer Aristu derribó el muro de Berlín y puso una pica en Flandes. Cuando fui a verlo a su casa de Nervión, su hijo Carlos, jovencísimo, había objetado a la mili y estaba en una ONG en Sarajevo. Hoy es secretario provincial de Comisiones Obreras. De tal palo tal astilla. 

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