Sevilla

Naranjito en el patio de los Naranjos

  • El día que llegó había dos partidos del Mundial y una semana antes fue el primer Pleno del Parlamento andaluz

No había móviles. No había internet. No había euros. El teléfono, la máquina de escribir, la calderilla. Había un cardenal ensimismado en su doliente soledad. Un arzobispo aragonés que se había traído a un paisano organista desde la Jaca pirenaica. Valladolid había enviado a Sevilla a dos prototipos del barroco: Julio Cardeñosa, creador de espacios imposibles con su pierna izquierda, y Enrique Valdivieso, un hijo de sordomudos que se adentró en el imperio artístico de los sentidos.

29 de junio de 1982. Tampoco había televisiones privadas ni autonómicas. Ni se pagaba por ver el fútbol televisado. Eso tan cotidiano hoy día habría supuesto una auténtica revolución. Ese día que Carlos Amigo Vallejo llegó a la diócesis de Sevilla televisaban dos partidos del Mundial de España correspondientes a la segunda fase: Inglaterra-Alemania e Italia-Argentina. Seis días antes, el notario Antonio Ojeda presidía en el Real Alcázar el primer Pleno del Parlamento Andaluz surgido de unas elecciones autonómicas que consagraban el primer triunfo de un socialista, Rafael Escuredo, desde los tiempos de la II República.

El Ayuntamiento estaba gobernado por un tripartito de izquierdas que le dio la Alcaldía a Luis Uruñuela. El mismo 82 que Amigo Vallejo llegó a Sevilla desde el cielo protector de Tánger, una escala tan decisiva en su apertura de miras, en su ecumenismo permanente, el sevillano Felipe González Márquez alcanzaba la Moncloa. Un buen año para el apellido materno del hijo del vaquero. Ese 82 el Nobel de Literatura fue para el colombiano Gabriel García Márquez.

La Iglesia evangelizó un continente. A veces es más difícil conocer una ciudad. La Sevilla a la que llegó este castellano de Medina de Rioseco ordenado sacerdote en Santiago de Compostela era católica, faltaría más, era mariana, apostólica y más romana que Roma, pues antes que ella, como cantaba el rockero Silvio, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción. Mariana, católica, apostólica y romana, sí. Fácil, ni hablar. Ciudad sinuosa, de arqueros finos (Lorca), en la que nada más llegar al patio de los Naranjos en el año de Naranjito alguien le debió contar a Monseñor Amigo que a la plaza que circunda el Palacio le llaman de Matacanónigos.

El cardenal empezará a conocer ahora la ciudad. Hace falta un distanciamiento brechtiano para sacudirse la púrpura de la inmediatez. Fue el arzobispo que abrió la puerta a las mujeres nazarenas, que empezaron en Veracruz. En la ciudad de los dos equipos -ahí no hay ecumenismo posible-, lo importante era rodearse de una buena plantilla. Y de ojeadores. Y Amigo Vallejo los ha tenido a espuertas. Nada humano de esta ciudad tan divina le ha resultado ajeno. Sus fiestas, sus risas, sus llantos, sus grandezas y miserias de dama grande y de niño chico que ficha a los futbolistas y echa a los poetas.

Un obispo de la generación del 27, los años que ha permanecido en la ciudad, que es por castellano viejo hijo de los de la generación del 98, esa mezcla perfecta de virtudes y pecados que caben en la coctelera de Azorín y Baroja, Valle y Unamuno. Oyó el estruendo del terror cuando al lado de su vivienda privada un sicario asesinó a Alberto Jiménez-Becerril y Ascensión García Ortiz, a los que cada 30 de enero de los años venideros seguirá recordando en homilías íntimas. Un Gólgota macabro en el corazón de uno de los rincones más hermosos del planeta.

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