Juan Ramírez Corro, de Peyré al Ayuntamiento sin moverse de la Palmilla

obituario

Juan Ramírez Corro fotografiado en la barriada de La Palmilla / José Ángel García
Francisco Correal

31 de julio 2017 - 02:00

Juan Ramírez Corro (1938-2017) era un hombre de pueblo nacido en la capital. Su padre, Celestino Ramírez, era de Fuentes de Andalucía y trabajó de cochero de caballos, taxista y albañil en la Diputación Provincial. Su madre era de Cantillana. El año pasado celebró en el hotel Macarena sus bodas de oro con Juana, la mujer de su vida, con la que se casó el 29 de junio de 1966 en la iglesia de la Barzola. "Soy hombre de un solo barrio, de una sola esposa, de un solo partido", me decía el año pasado junto a su piso del barrio de La Palmilla, junto al hospital Macarena. Ya de recién casado se despertaron sus inquietudes políticas dentro del movimiento vecinal para paliar las grandes carencias de un barrio donde no había ni luz ni colegios y que se iba llenando de matrimonios jóvenes como el suyo procedentes de la Sevilla de las casas de vecinos. Lo que nunca lograron fue que esos pisos tuvieran ascensor.

Deja esposa, tres hijos (Mercedes, Juan Carlos, Daniel), seis nietos (Javier, Lorena, Paula, la nieta que juega en el Betis de un abuelo sevillista, Daniel, Noelia y Sara) y una bisnieta, Ariana. Se hizo del PSA tras asistir a un mitin en la Pañoleta y fue el primer delegado de Juventud y Deportes del Ayuntamiento democrático presidido por Luis Uruñuela. Antes había trabajado durante quince años en los almacenes Peyré de la calle Francos, cuando la ciudad se llenó de viajantes y de clientes ávidos de las novedades.

Los autobuses urbanos fuera de servicio hacían de vestuarios de sus campos de deporte

Sevillano de la calle Escoberos, perpendicular a la calle Feria, fue delegado de Deportes cuando Sevilla fue una de las sedes del Mundial de Fútbol de 1982. Aunque fue la ciudad que acogió a la selección brasileña y donde se disputó un partido de semifinales entre Francia y Alemania, la obsesión de Juan Ramírez Corro fue alentar el deporte de base en una ciudad sin infraestructuras. Le echó imaginación al asunto y llenó la antigua ronda del Tamarguillo de campos de fútbol usando las estructuras metálicas de la Feria del Prado para vallarlos y los autobuses de Tussam fuera de circulación como vestuarios.Era un hombre afable, amigo de sus amigos, paseante y disfrutante de la ciudad. La última vez que hablé con él fue para pedirle alguna información sobre la barriada del Rocío, muy próxima a su universo de la Palmilla en el que vivió el tránsito de recién casado a bisabuelo. Para la entrevista que le hice en la serie Plaza Nueva me dejó una foto con Juana, entonces novios, en la Feria del Prado de 1957. Me pidió encarecidamente que no se la perdiera y la dejara en las oficinas de La Teatral, en la calle Velázquez esquina con Rioja por la que tantísimas veces se le podía ver siempre en compañía de un amigo, con su inconfundible sombrero y su bonhomía de hombre íntegro y político cabal, tan unido a aquella Sevilla balompédica del 82 como Zico, Platini y Rummenigge.

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