La Armada en Sevilla
Las huellas en la ciudad son profundas; pueden rastrearse en el callejero, en edificios y en la presencia, podría decirse metafísica, de importantes sevillanos vinculados a nuestra Marina
UNA reciente reseña aparecida en Diario de Sevilla, invitando al acercamiento de los sevillanos a la Torre del Oro, propicia un somero apunte sobre algunas huellas de nuestra Marina Militar en la ciudad. Sevilla es una ciudad interior, pero no una ciudad sin mar: así lo evidencian la existencia del citado Museo Marítimo Torre del Oro y la presencia administrativa naval por medio de la Comandancia de Marina. Ambos elementos constituyen una especie de reducto de la Marina en Sevilla, pero las huellas de la Armada en nuestra ciudad son profundas; pueden rastrearse en el callejero, en edificios monumentales y en la presencia, podría decirse metafísica, de importantes sevillanos vinculados a nuestra Marina.
Como huellas vigentes en el callejero, además de vías dedicadas a marinos, se debe destacar la calle Almirantazgo, por ubicarse en ella la sede de este órgano. El Almirante de Castilla, cargo militar creado por Alfonso X como jefe de la Armada tenía la obligación de residir en Sevilla.
Entre los edificios cuyos usos históricos han estado vinculados a la Marina podemos citar, como es lógico, la Torre del Oro. Antes de la conquista fernandina estaba vinculada a la defensa naval, posiblemente de las atarazanas almohades. Unida al Alcázar por una coracha, estuvo afecta al recinto palacial hasta el derribo de la muralla en tiempos del asistente Arjona (1821-22). Desde entonces se vincula a la Armada, pudiendo destacarse como anécdota, que se trata del primer edificio sevillano del que constan imágenes con la actual bandera de España (a modo de ejemplo, en la pintura de David Roberts de 1833, perteneciente al Museo del Prado). Nuestra bandera era insignia propia de la Marina de Guerra antes de ser adoptada como bandera nacional en tiempos de Isabel II (1843). Las Atarazanas, vinculadas, como la Torre del Oro, a la Resolana del río son el testimonio material del formidable esfuerzo de la monarquía castellana por el control del mar. Tras la conquista, Alfonso X comprendió que el dominio del Estrecho resultaría fundamental para evitar agresiones desde el norte de África y confió a la ciudad de Sevilla la reparación y guarda de la flota. En el formidable edificio, del que nos quedan siete naves, se podía acoger a decenas de galeras para su invernada y reparación, con cientos de personas vinculadas a estas actividades.
La Casa de Contratación, cuyos edificios se encuentran divididos entre el Alcázar y el edificio administrativo de la plaza homónima, fue el marco donde se posibilitó la empresa americana, por ejemplo, desde el punto de vista técnico-científico. El actual Cuarto del Almirante o el magnífico patio almohade de crucero fueron escenarios del trabajo de pilotos como Vespucio o Díaz de Solís. El progresivo traslado de la actividad mercantil hacia Cádiz culminó con el de la propia Casa (1717); pero la enseñanza de pilotos tuvo continuidad a través de la escuela de náutica del Palacio de San Telmo, donde se formaron pilotos para la Real Armada hasta su clausura a mediados del XIX (viéndose truncados, por cierto, los estudios de nuestro vecino Gustavo Adolfo Bécquer).
También relacionado con la Marina estaba el Almacén de Maderas del Rey, edificio dieciochesco vinculado a la Provincia Marítima de Segura, que surtía de madera a la Real Armada y a muchas construcciones civiles. Desde tiempos de Felipe V las necesidades para la construcción de la Real Armada eran tales que muchos montes quedaron bajo la jurisdicción de la Marina. La madera bajaba con la corriente desde la cabecera del Guadalquivir y este edificio era un punto de almacenamiento en Sevilla.
También deben ser recordados lugares de la otra orilla, como el Muelle de las Muelas, así como la parroquia de Santa Ana, ambos relacionados con la circunnavegación completada por Elcano; la iglesia conserva la Virgen de la Victoria, que prestó su nombre a la única nave que volvió y fue objeto de acción de gracias por parte de los marinos supervivientes junto a la Virgen de la Antigua de la Catedral.
Debemos señalar por último a diversos marinos sevillanos como Antonio de Ulloa, científico de talla universal, nacido en la antigua calle del Clavel, hoy Almirante Ulloa. Sus primeras experiencias en la mar tuvieron lugar embarcado en la flota de otro ilustre como López Pintado, uno de los responsables de la reactivación del pulso de la ciudad en el siglo XVIII, que nos dejó el magnífico palacio de la calle Santiago. Sus restos descansan en el vecino –y exclaustrado– convento de Santa María de los Reyes, aunque bien merecerían reposar en el Panteón de Marinos Ilustres (sugerencia para quien corresponda).
Las viviendas de otros marinos han corrido peor suerte que la del almirante López Pintado. Así en los años 70 del siglo XX se perdió la magnífica casa de los condes del Águila, donde creció José de Espinosa, hidrógrafo participante en la elaboración del Atlas Marítimo de España, obra capital de la cartografía española. Los aledaños de su desaparecida casa familiar conservan el recuerdo de su nombre (Almirante Espinosa) y de su familia materna, propietaria originaria del inmueble (plaza de los Maldonados).
Aunque tampoco contamos con su vivienda familiar, no podemos olvidar a Cayetano Valdés, vecino de San Pedro, responsable de la defensa de Cádiz contra el invasor francés o de Luis de Córdova, feligrés de la extinta parroquia de San Miguel y, posiblemente, el marino del XVIII con una hoja de servicios más abrumadora, a quien los EEUU deben agradecer sus acciones navales en auxilio de la independencia de la Trece Colonias.
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