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El 23-F del cardenal Tarancón

El autor de la crónica, con otras dos compañeras, entrevistando a Tarancón en 1983. Detrás, Carlos Amigo Vallejo.

El autor de la crónica, con otras dos compañeras, entrevistando a Tarancón en 1983. Detrás, Carlos Amigo Vallejo. / Martín Cartaya

EL Boletín Oficial del Estado del 1 de diciembre de 1945 publicaba los nombramientos de los nuevos obispos: José María Bueno Monreal, de la diócesis de Jaca; Fernando Quiroga Palacios, de la de Mondoñedo, la patria del escritor Álvaro Cunqueiro; y Vicente Enrique y Tarancón, de la de Solsona, en Lérida. Máximo Yarramendi Alcaín fue nombrado administrador apostólico de Ciudad Rodrigo, historiada población de la provincia de Salamanca.

Bueno Monreal, que en 1957 llega a Sevilla para relevar de forma muy abrupta al cardenal Segura al frente de la diócesis, fue el único de los tres nuevos obispos que no ha llegado a presidir la Conferencia Episcopal Española que desde ayer tiene al frente a Luis Argüello, arzobispo de Valladolid, segundo presidente procedente de esta diócesis después de Ricardo Blázquez, aunque este tuvo un primer mandato cuando era obispo de Bilbao. “Un tal Blázquez”, como le llamó despectivamente Xavier Arzallus.

Aunque la Iglesia tiene dos milenios de historia, a los que en España hay que restarle los casi ocho siglos de presencia de los musulmanes, la Conferencia Episcopal Española es un organismo relativamente reciente. Sus primeros estatutos los ratifica Pablo VI el 27 de febrero de 1966. Es hija del Concilio Vaticano II. Su primer presidente fue Fernando Quiroga Palacios, gallego de Noceda (Orense) que era arzobispo de Santiago de Compostela cuando le llega la encomienda. Le sustituye Casimiro Morcillo, cuya muerte el 30 de mayo de 1971 precipita el nombramiento en funciones de Vicente Enrique y Tarancón (1907-1994), que después de sus comienzos en Solsona, fue obispo de Oviedo y arzobispo de Toledo antes de llegar a la diócesis de Madrid-Alcalá. El 7 de marzo de 1972, mañana se cumplen 52 años, fue oficialmente ratificado en el cargo, en el que se mantiene durante una década hasta el 23 de febrero de 1981, el día de la intentona golpista del teniente coronel Antonio Tejero en las Cortes. Lo relevó el entonces arzobispo de Oviedo Gabino Díaz Merchán.

Cuando se crea la Conferencia Episcopal, mediados de los sesenta, todavía vive Franco, pero la relación del Régimen con la Iglesia ha cambiado. En 1945, Tarancón, Palacios Quiroga y Bueno Monreal juraron su cargo en El Pardo, “íbamos desfilando los obispos, de uno en uno, tal como hacían también los ministros”, contaba Tarancón en un texto que aparece en la biografía de Bueno Monreal escrita por el profesor Julio Jiménez Blasco. Después Franco los invitó a un almuerzo al que asistieron el presidente de las Cortes y doce ministros.

Bueno Monreal y Tarancón nacieron en la primera década del siglo XX. No sólo van a coincidir en su estreno pastoral en plena posguerra. “Bueno Monreal era franquista, como todos”, decía José María Javierre (de su nacimiento se cumplieron ayer cien años) en la biografía que escribe Antonio Lorca, “pero vino muy cambiado del Concilio. Era amigo del cardenal Tarancón desde su juventud, y ambos vivieron en Roma una gran transformación interior”.

El cardenal Tarancón es ratificado al frente del plenario de los obispos el 7 de marzo de 1972, una semana después del nacimiento del actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Las relaciones ya no eran tan idílicas, por no decir sumisas, como en diciembre de 1945. Hace justamente cincuenta años se vivió una auténtica tormenta en el pulso Iglesia-Estado. Diez días después del famoso discurso de Arias Navarro que dio forma al llamado espíritu del 12 de febrero, Antonio Añoveros, un navarro que había sido canónigo en Málaga y obispo en Cádiz-Ceuta, ya como obispo de Bilbao pronunció el 24 de febrero de 1974 una homilía que estremeció las entrañas del Régimen. Arias Navarro amenazó con expulsarlo de España, en el aeropuerto bilbaíno de Sondica había un avión preparado para la evacuación, pero Tarancón le respondió que “una medida de esta naturaleza provocaría la excomunión a quien ordenara y ejecutara esta resolución”. Por las mismas fechas, la policía acordonó la iglesia de Vallecas donde el obispo auxiliar de Madrid, Alberto Iniesta, entonces tan popular como tres décadas después lo sería el futbolista del mismo apellido, convocó una asamblea diocesana prohibida por orden gubernativa. Del nacionalcatolicismo se había pasado a los curas obreros, tractoristas con sotana.

El día que Tejero entró en el Congreso finalizaba su mandato al frente de los obispos

Bueno Monreal nunca presidió la Conferencia Episcopal, pero tuvo siempre papeles muy relevantes. Su amigo Tarancón lo nombró presidente de la comisión de Asuntos Económicos y Jurídicos. Como Luis Argüello, el nuevo presidente de los obispos españoles, Bueno Monreal también estudió Derecho. Su biógrafo cuenta que Julián Besteiro, futuro presidente de las Cortes en la República, que murió en la cárcel de Carmona, le dio sobresaliente en una de las asignaturas en un examen al que se presentó “por libre y con sotana”. Entre 1972 y 1978, seis años que incluyen el atentado de Carrero, la muerte de Franco, la proclamación de Juan Carlos I, el relevo de Arias Navarro por Adolfo Suárez, las primeras elecciones democráticas y la promulgación de la Constitución, Bueno Monreal fue vicepresidente de la Conferencia Episcopal.

Con el nombramiento de Argüello, palentino de Meneses de Campos, Castilla-León iguala a Galicia con dos presidentes. El cargo nunca cruzó Despeñaperros. Ha estado a punto de hacerlo, porque el candidato derrotado en la votación final ha sido José Cobo Cano, que de obispo auxiliar de Madrid pasó a cardenal-arzobispo de la diócesis, nació en Sabiote, una localidad de Jaén en la que el psiquiatra Carlos Castilla del Pino situó su novela ‘Una alacena tapiada’.

Juan del Río, ayamontino, que fue arzobispo castrense, muy vinculado con la hermandad de los Estudiantes de Sevilla, llamaba a Bueno Monreal “el Tarancón de Andalucía”, aunque aragonés de cuna pero con un mandato episcopal de más de un cuarto de siglo. La fotografía de Jesús Martín Cartaya que acompaña a esta crónica data de 1983. Está hecha en el Seminario de San Telmo, actual sede de la Junta de Andalucía. Tarancón habla con la prensa mientras detrás permanece expectante Carlos Amigo Vallejo, que en junio de 1982 había llegado a la diócesis de Sevilla procedente de la de Tánger. En una de sus visitas a la ciudad, fue invitado para pronunciar una conferencia por el abogado José Torres Bohórquez, entonces hermano mayor del Dulce Nombre, vulgo Bofetá. Lo presentó Luis Lezama, sacerdote y fundador de la cadena La Taberna del Alabardero.

Tarancón es un pueblo de Cuenca y el apellido del personaje más relevante que ha dado la Iglesia española en el último medio siglo. “¡Tarancón al paredón!”, le decían los ultras al término del funeral por el almirante Carrero Blanco, asesinado por la Eta. Marcelo González, arzobispo primado de Toledo, ofició el funeral de Franco, mientras que Tarancón celebró el 27 de noviembre de 1975 en la iglesia de los Jerónimos la misa de exaltación de Juan Carlos I como rey de España. “Tarancón, el cardenal del cambio”. Así tituló José Luis Martín Descalzo un libro en el que transcribía 17 conversaciones con el cardenal. Su autor, periodista, poeta y novelista, ganó el premio Nadal con la novela ‘La frontera de Dios’ en 1956. Tarancón siempre se rodeó de curas periodistas: Martín Descalzo, José María Javierre (presentó en televisión el programa ‘Últimas preguntas’ tras el acuerdo entre Tarancón y el Gobierno de Felipe González en 1983), José María Martín Patino, hermano del cineasta, Manuel de Unciti…

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