tradiciones

La ciudad en cinco minutos

  • Turistas y asiduos se dieron cita en la procesión de impedidos de la Sacramental del Sagrario, uno de las actos más solemnes de la Pascua

Once de la mañana del segundo domingo de Pascua. Unas 20 personas asisten a misa en la Capilla del Baratillo. Sillas de enea y velas encendidas. La Avenida está conquistada a esa hora por grupos de turistas con guías al frente. La indumentaria de los efímeros visitantes parece sacada de una novela sudamericana: chalecos, bermudas y pantalón largo se hilvanan como el sol y la lluvia en este enloquecido abril.

La procesión de impedidos del Sagrario ha dejado un reguero de pétalos blancos por las gradas altas. Las que recorren ahora los guiris para adentrarse en el Patio de los Naranjos. Los soportales de la calle Alemanes constituyen una fonda sin tiempo. Sin descanso para la comida. Para la gula. El último desayuno y el primer almuerzo se confunden en los veladores. Dos jóvenes devoran una porción de pizza mientras andan, un matrimonio hace lo propio con un helado y un grupo de mujeres que rebasan los 40 toman un café, sin prisa alguna, en una mesa. Extranjeras al sol. Piernas, brazos e indiscretos escotes buscando el barniz del astro rey. La mayoría lucen traslúcidos vestidos blancos. Albos. Como el arcaico nombre de este domingo.

Por la Cuesta del Bacalao suena la campana del muñidor. Llegan los niños carráncanos. Cera roja. Ardiente. La esquina con Alemanes convierte la procesión en un photocall. Franceses, yanquis y chinos, muchos chinos, que sacan su cámara de fotografía para inmortalizar el momento.

Chaqués, corbatas y zapatos de charol. Mujeres de riguroso negro. Estética de respeto frente al calzado cómodo y deportivo que luce el público que a esa hora llena el entorno de la Catedral. El solemne cortejo atraviesa la entraña de una ciudad entregada, en cuerpo y alma, al turismo. La urbe de siglos frente a la actual. La que se postra de hinojos y la que jalonan franquicias y visitantes de corta estancia.

La comitiva llega al Arenal. Los clientes de los apartamentos turísticos salen, sorprendidos, a la calle. La banda de música del Saucejo despierta a los más rezagados. En Molviedro los hermanos de Jesús Despojado reciben al Santísimo bajo palio. La plaza donde brotó la ilusión hace dos domingos es ahora un bosque de sombras y nostalgias. Los enseres devueltos a la vitrina. Las imágenes, en su altar. La memoria, a buen resguardo.

La procesión se detiene en Castelar. Llevan la comunión a un enfermo. Suena la marcha real. Una vez fuera, se recompone el cortejo. Nubes de incienso. Música. Y así hasta regresar a la Avenida, la arteria donde la dualidad confluye: guantes y mochilas. Corbatas y camisetas. Chaqués y bermudas. Los que vienen siempre. Los que lo hacen por primera vez. La procesión pasa en cinco minutos. Tiempo justo para acogerlo todo. Un mundo. Una ciudad. Y hasta Dios.

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